Alonso de Ojeda -Capturado por los Piratas-
«Con mucho cuidado estoy de lo que habrá sido de vos e de los que en vuestra compañía llevades, porque hasta el día de la fecha desta, no he sabido cosa alguna de vos ni de Nicuesa, salvo que el Almirante (Diego de Colón) me ha escrito cómo envió cierta gente en una nao a buscaros e traer nuevas de vosotros y llevaros refresco, ni menos he sabido hasta aquel retorno de aquella, de que estoy y estaré en mucho cuidado hasta saberlo. De ahí en adelante, estad mucho sobre aviso en escribirme todas las veces que pudiéreis, haciéndome saber muy particularmente todo lo que habrá sucedido en vuestro viaje y la orden que habéis dado en la población que llevaste a cargo» . . .
Carta del rey Fernando dirigida a Alonso de Ojeda desde Sevilla, el 21 de julio de 1511
Sin duda, el rey tenía razones para estar preocupado por su fiel Ojeda que, como incansable aventurero y fiel servidor, nunca dejó de acatar los deseos de la Corona. Fue el mismo rey quien le recomendaba en su carta que, si no fuera posible el asentamiento debido a la fiereza de los indígenas, volviera a la política del rescate, tal como se hacía en los primeros pasos de los españoles por las tierras del Nuevo Mundo.
Y cuentan los cronistas que, una vez asentaron el fuerte de San Sebastián de Urabá, viviendo en lastimosas condiciones y rodeados de indios guerreros que emponzoñaban sus flechas y hacían muy difícil la supervivencia, Ojeda requirió a Fernández de Enciso para que viniera pronto en su ayuda desde La Española.
Estando a la espera de víveres y refuerzos, llegó al lugar Bernardino de Talavera con un buque sin pabellón y con unos 70 hombres a bordo. Con ellos se embarcó Ojeda con el ánimo de ir al encuentro de Fernández de Enciso, dejando al frente del fuerte a un joven Francisco Pizarro con la orden de esperar durante 50 días; si él no volvía, debía intentar regresar por su cuenta.
Una vez en el barco de Bernardino de Talavera, Ojeda fue apresado y atado con grilletes. Seguramente, la intención del pirata era la de obtener un buen rescate por la entrega de persona tan destacada. El barco fue desviado de la ruta hacia Santo Domingo, pero en el curso de la navegación, se desencadenó un fuerte huracán y Bernardino tuvo que liberar a Ojeda de sus grilletes para que ayudara a salvar la nave que zozobraba, pues Ojeda era mejor marino que el propio pirata y quienes le acompañaban. Consiguieron llegar hasta las costas de Cuba, en la bahía de Jagua, en Cienfuegos, donde finalmente naufragaron. Como consecuencia del naufragio la tripulación quedó muy mermada, apenas sobrevivieron 12 hombres.
Decidieron ir por tierra, bordeando la costa sur, hasta encontrar la manera de embarcar hacia La Española. El viaje resultó un infierno: los pantanos, las ciénagas y el acoso de nativos hostiles a su presencia provocaron casi el exterminio de los improvisados expedicionarios.
Cuando todo parecía perdido, llegaron hasta un pueblo aborigen llamado Cueybá -hoy es la ciudad de Las Tunas- donde el cacique Cacicaná los socorrió. Y cuentan que, Alonso de Ojeda, en agradecimiento por su ayuda, les entregó la imagen de la Virgen que recibió de manos de Rodríguez de Fonseca en su primer viaje al Nuevo Mundo. En torno a ella se construyó una pequeña ermita y la imagen de la Virgen de Ojeda fue largo tiempo venerada por su habitantes, así como por las tribus indígenas circundantes.
Desde Cueyba viajó Ojeda con su esposa y los pocos supervivientes hasta Jamaica, donde fue socorrido por Juan de Esquivel, que envió a Pánfilo de Narváez a recoger a sus compañeros en el fuerte de San Sebastián. Mientras, Bernardino de Talavera y los hombres que todavía quedaban fueron apresados y ajusticiados en Jamaica.
Alonso de Ojeda siguió hasta La Española, donde se enteró de que los hombres que habían permanecido en San Sebastián de Urabá habían recibido al fin auxilio y Pizarro y los suyos habían conseguido ponerse a salvo.
El asentamiento de San Sebastián de Urabá fue desmantelado pocos
meses después de la marcha de Ojeda y más arde sería quemado
por los indios.
Las naves de Fernández de Enciso
-en las que viajaba Núñez de Balboa- halló en ella a tan sólo 70 de
los 300 hombres que emprendieron la aventura.
Ojeda renunció a su cargo de gobernador y pasó sus últimos cinco años de vida en Santo Domingo. No volvió a dirigir ninguna expedición. Acabó sus días pobre y humilde, pero en compañía de su esposa, con la que tuvo tres hijos.
Debió morir entre los años 1515 y 1516, pues Bartolomé de las Casas, quien lo conoció en otro tiempo, en su Historia de las Indias, cuenta que al llegar a Santo Domingo en 1517 oyó hablar de la muerte del conquistador. Por petición propia, fue enterrado en el suelo a la entrada del convento de los franciscanos, donde pocos días después moría su esposa de tristeza. Ella es quien representa la mejor leyenda del incansable conquistador.
Otras entradas de Alonso de Ojeda:
1.- Alonso de Ojeda -El Cibao-
2.- Alonso de Ojeda -Empiezan los Viajes Menores-
3.- Alonso de Ojeda -Primeros asentamientos en Tierra Firme-
5.- La India Guaricha de Coquivacoa
Fuentes: Alonso de Ojeda y su esposa Isabel. Algunos datos biográficos -Fernando Campo Del Pozo (agustino)
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