El Olonés -Un sanguinario francés-
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El Olonés -Un sanguinario francés-

 

Era conocido por su crueldad sin límites y su odio declarado a los 
españoles. Su vida es una sucesión de horrores, que 
le llevaron a lo más alto en la escala de la piratería antes 
de acabar sus días de una forma tan cruel como había 
vivido, fue despedazado, asado y devorado por una tribu 
indígena caníbal.

Cuando el comercio con las indias estaba monopolizado por España y Portugal, la piratería se había extendido por las islas del Caribe con el impulso, el apoyo o la complicidad de Francia, Inglaterra y más tarde de Holanda, enfrentadas por entonces con España. 

El Olonés -Un francés sanguinario-

Jean-David Nau, también conocido como Françoise L’Olonais, nació en la región de la Normandía  francesa sobre 1635. Es uno más de los tantos héroes idolatrados en sus países de origen que, sin embargo, fueron auténticos asesinos y ladrones. Este fue uno de los más sanguinarios. Entre sus compatriotas, era conocido como “el azote de los españoles”. Después de cumplir su servicio militar con el ejercito francés en la isla de la Martinica, se unió a los bucaneros de la Isla Tortuga y comenzó su actividad como pirata.

El gobernador francés de la isla Tortuga le confió un pequeño barco, pero su expedición al Yucatán terminó en naufragio y en el ataque de las tropas españolas, que acabaron con su tripulación. El Olonés se hizo pasar por muerto para poder escapar. De regreso a la Tortuga, organizó otra expedición sobre los cayos cubanos en la que apresó el barco enviado por el gobernador de La Habana para hacerle frente. Es entonces cuando después de decapitar a todos menos a uno de los miembros de la tripulación del barco español, formuló ante el superviviente su conocido juramento, con el encargo de trasladárselo al gobernador español:

“De aquí en adelante no daré cuartel a ningún español”


Los testimonios recogidos en sus biografías hablan de que el “valiente” pirata solía cortar en pedazos a sus cautivos delante de los demás para que supieran de lo que era capaz y lo qué les esperaba si no le confesaban el lugar donde se escondían los tesoros.

Se cuentan entre sus muchas correrías que, en 1667, con 8 barcos y más de seiscientos hombres bajo su mando, el Olonés se dirigió a Maracaibo apresando barcos y asaltando poblaciones por  el camino. Ocupada la ciudad, que había sido abandonada por sus advertidos habitantes, se dedicó al pillaje de la misma y de las aldeas aledañas en las que se habían refugiado los moradores de aquella.

Terminada la razzia en Maracaibo hizo lo propio en la más rica y mejor pertrechada ciudad de Gibraltar, con abundantes muertos y sustanciosos robos de bienes. La historia de los ataques a Maracaibo y Gibraltar, aunque suavizada y con licencias, sería utilizada mucho después por Emilio Salgari en su novela El Corsario Negro.

Un cronista de la época, Alexandre Olivier Exquemelin, cirujano francés, 
testigo presencial de los hechos de los bucaneros por haber vivido 
con ellos, y autor de Bucaneros de América, describe los métodos 
del Olonés en la conquista del actual Puerto Cortés, en Honduras: 
“Asimismo muchos habitantes fueron tomados prisioneros y sobre ellos 
fueron cometidas las más inhumanas crueldades jamás creadas por los 
paganos, sometiéndolos a las más atroces torturas que pudieran 
imaginarse o concebirse. Era la costumbre de L’Olonnais que, 
si habiendo atormentado a cualquier persona aún esta no había 
confesado, instantáneamente los destrozaba con su 
gancho y les arrancaba la lengua; deseando lo mismo, si era posible, 
a todo español en el mundo”. 

El mismo autor refiere lo que llegó a hacer poco después, camino de San Pedro, para librarse de la emboscada de las tropas españolas que lo perseguían. A fin de encontrar un camino de escape interrogó a los prisioneros de su peculiar manera:Habiéndoles preguntado a todos, y descubriendo que no le mostrarían otro camino, creció en L’Olonnais una vehemente indignación; hasta tal punto que desenvainó su sable, y con él le sajó el pecho a uno de esos pobres españoles, y sacándole el corazón con sus sacrílegas manos, comenzó a morderlo y desgarrarlo con sus dientes como un lobo hambriento, diciendo al resto: «Os despacharé de la misma manera si no me enseñáis otro camino»”. 


Su vida, afortunadamente para todos, no acabó bien. Empeñado en conquistar Nicaragua, fue abandonado por parte de sus fieles, aunque prosiguió en su empeño con un puñado de hombres. Un banco de arena hizo encallar su barco forzando al grupo a seguir un penoso periplo en barcas planas hacia el río San Juan en Nicaragua, fue rechazado por indios y españoles, regresando hacia las costas del golfo de Darién. En la costa de Cartagena fue sorprendido por nativos pertenecientes a la tribu kuna, que practicaban el canibalismo. El Olonés y todos sus hombres fueron atacados; solo un hombre logró salvarse de la lucha y escapar.

El cronista de la época pone el relato final a su vida:

«Pero unos días después de su llegada los indios lo tomaron prisionero y lo despedazaron vivo, lanzando su cuerpo miembro a miembro al fuego, y sus cenizas al aire, con el propósito de que no quedara ni rastro ni memoria de tan infame e inhumana criatura».

 

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