Testamento de Isabel de Castilla
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Isabel de Castilla

 

Por obra y gracia del destino, desde el año 1474,
Isabel era la reina de Castilla.

Había nacido en el pueblo abulense de Madrigal de las Altas Torres, en el año 1451. Era hija de Juan II de Castilla y de su segunda esposa, Isabel de Avis. Como infanta creció dulce en su apariencia y en el trato con las personas, pero dotada de extraordinaria inteligencia y una viva intuición que, a lo largo de toda su vida, le permitieron desenvolverse con acierto en medio de los más complejos problemas. Las personas que la rodearon durante su educación coincidieron en inculcarle profundos sentimientos religiosos a los que se mantuvo fiel toda su vida. 

Isabel de Castilla


Antes de su acceso al trono, tuvieron que ocurrir las muertes de sus dos hermanos, quienes la habían precedido en el derecho sucesorio, más una cruenta guerra contra los partidarios de Juana la Beltraneja, hija “ilegítima” de su hermano Enrique IV. Finalmente, Isabel se convirtió en reina de Castilla.   

En el contrato matrimonial firmado con su esposo, Fernando de Aragón, el poder de este con respecto a la corona de Castilla quedó limitado. Isabel era la propietaria del reino y para su reino tenía grandes planes: Isabel reorganizó el sistema de gobierno y la administración, centralizando competencias que antes ostentaban los nobles; reformó el sistema de seguridad ciudadana y llevó a cabo una reforma económica para reducir la deuda que el reino había heredado de su hermanastro, y predecesor en el trono.

Más tarde, tras ganar la guerra de Granada, los Reyes Católicos expulsaron a los judíos de sus reinos y, años más tarde, también a los musulmanes.

Mientras tanto, a instancias de los frailes del monasterio de la Rábida, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, comenzaron una serie de entrevistas con Cristóbal Colón que se iniciaron en Córdoba, después sería Alcalá de Henares hasta que, años después, se firmaron las capitulaciones de Santa Fe el día 17 de abril de 1492.

Hacía años, desde que habían quedado clausuradas las comunicaciones del mundo cristiano con Oriente por la ocupación de Bizancio por los turcos otomanos, que había comenzado la búsqueda de nuevas rutas, los más avezados marinos, por entonces los portugueses, se aventuraban buscando alcanzar la tierra de las especias, pero nadie se había atrevido a dejar de bordear la tierra firme en una navegación de cabotaje a lo largo de la costa africana. Se sabía que la tierra giraba en torno a un eje, que era redonda, pero en los confines del mar, los monstruos seguían alimentando la imaginación de cuantos se asomaban a las mudas costas del poniente.

La reina de Castilla había convivido desde la infancia con la visión de un imposible que al fin se había convertido en realidad: una lejana posibilidad y su amor por su Castilla querida la había conducido al trono. Nadie como ella sabía que la osadía daba sus frutos cuando el objetivo es claro y es legítimo.


Colón debió representar para Isabel la visión de sí misma, la búsqueda tenaz por convertir en realidad lo imposible. Nuevamente, la osadía de Isabel la llevó a confiar y apostó por Colón.

Mucho se ha hablado sobre la sintonía que existió siempre entre la reina Isabel de Castilla y Colónsin duda los dos estuvieron tocados por esa estrella mágica que a veces encierra un excelso destino. Ambos morirían sin saber la trascendencia de lo que ocurrió gracias a ellos.

 

Así se lo agradeció años después Cristóbal Colón a Isabel la Católica:

“Solo la reina, mi señora, dio espíritu de inteligencia y esfuerzo grande, y de todo se hizo heredera, de todo esto que fui a tomar en su real nombre. Por culpa de la ignorancia de todos, traspasando su poco saber al hablar de inconvenientes y gastos”.

 

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Isabel de Castilla
Premio Nacional de Historia

 

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