La Vieja Panamá
Panamá es un término que procede de la lengua de los indios cueva
cuyo significado es «abundancia de peces». Así lo cuenta el
descubridor español, Pascual de Andagoya.
Pedro Arias Dávila, gobernador de la Castilla del Oro, cuando consiguió deshacerse de Núñez de Balboa, trató de borrar cualquier vestigio de cuanto había conseguido su gran rival, empezado por sustituir a Santa María la Antigua del Darién por otra capital, pero situada en el recién descubierto Mar del Sur. Así, con trescientos hombres, preparó una expedición y desde la ciudad de Acla, atravesó el istmo por la misma ruta que había utilizado Balboa y llegó a las islas de las Perlas, desde donde bajó por la costa para fundar la ciudad de Panamá el 15 de agosto de 1519, a la que llamó Nuestra Señora de la Asunción de Panamá.
Algunos historiadores han afirmado que el lugar elegido para el desembarco era provisional, en espera de hallar el emplazamiento más apropiado, pues estaba rodeado de ciénagas, había escasez de agua potable, el clima era asfixiante, no tenía buena disposición para construir un puerto, y no había población indígena en el entorno. Sin embargo, en los años siguientes, tal vez por la premura en descubrir los grandes tesoros que se prometían, se convirtió en un punto de partida para las exploraciones que se sucedieron: Colombia, Nicaragua o el Perú, convirtiéndose rápidamente en un punto de tránsito para el tráfico comercial que generaron los nuevos descubrimientos y que atravesaba el istmo con destino a España.
El 15 de septiembre de 1521, dos años después del inicio de la construcción del enclave, recibía del emperador Carlos, mediante real cédula, el título de ciudad y su escudo de armas, estableciéndose el primer cabildo de Panamá.
Era así nombrada como capital de la Castilla del Oro, ocupando
el lugar de las anteriores ciudades de Santa María la Antigua del Darién
y Acla en el istmo de Panamá.
El mismo año de la llegada comenzaron a repartirse solares entre los vecinos, levantándose las primeras casas. El gobernador Pedrarias mandó traer de otros cacicazgos (Natá y Paris) bastimentos e indios, repartiendo así las encomiendas.
El gobernador previó además que se fundase el mismo año 1519 otra población en el Atlántico, que fue la de Nombre de Dios, en donde estaban las ruinas de la antigua fortaleza erigida por Nicuesa. Quedó así marcado el eje Nombre de Dios-Panamá por el que transitaría todo el tráfico comercial de Suramérica durante los siglos posteriores.
En los años siguientes, desde la ciudad fueron partiendo las expediciones, abriéndose en abanico hacia los territorios del otro lado del mundo: en 1532 se conquistaba el imperio Inca, que había movido tantas ambiciones y con ello, Panamá se convirtió en la escala de una importante ruta comercial. Desde la ciudad, cruzando el estrecho istmo, se llegaba a las famosas ferias de los puertos y ciudades de Nombre de Dios y más tarde de Portobello.
Para 1541 Panamá tenía unos 4000 habitantes. Con el tiempo se habían ido asentando instituciones civiles y religiosas con sus respectivas edificaciones que fueron conformando la ciudad: las casas del Cabildo, la catedral de Santa María de la Asunción, construida por el Obispo Fray Tomás de Berlanga, en 1535, que tuvo que ser reconstruida años más tarde; el Convento de la Concepción de mujeres, el primero de esas características en instituirse en Panamá y los de San Francisco, La Merced, San Juan de Dios y el convento de la Compañía de Jesús, dedicado a la catequización de indígenas y a la enseñanza pública.
Pero la ciudad sufrió tres incendios devastadores y un terremoto, en 1621. Fue asediada, en varias ocasiones, por los piratas ingleses; especialmente duro fue el asedio de Henry Morgan, que pretendía saquearla. Llegó al lugar el 28 de enero de 1671 y permaneció un mes intentando vencer a sus defensores. Finalmente, fueron los propios españoles, por orden de su gobernador
Juan Pérez de Guzmán, quien ordenó quemar el polvorín de la ciudad, lo que impidió el saqueo que pretendían los piratas. El incendio acabó destruyendo la mayoría de sus edificios y casas. Los habitantes tuvieron que abandonarla en busca de un nuevo enclave, que fue cogiendo cuerpo a unos diez kilómetros de la vieja
ciudad y que acabaría convirtiéndose en la nueva
ciudad de Panamá.
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