Carlos I -El encuentro con sus reinos-
Las coronas de Castilla y Aragón llegaron a manos de Carlos I tras
la muerte o la incapacidad de todo posible heredero legítimo: padres,
tíos y primos le abrieron paso para convertirle en el monarca europeo
más poderoso de su tiempo. La corona del Sacro Imperio llegaría a él tras
la muerte de su abuelo, Maximiliano I de Habsburgo, de cuya rama
había heredado el patrimonio borgoñón y el archiducado de Austria.
Carlos de Gante nació en esa ciudad en el año 1500. Sus padres, Juana de Castilla y Felipe el Hermoso, siempre estuvieron ausentes. Fue criado en la pequeña ciudad de Malinas, en Flandes, por su tía Margarita de Austria, esposa por escasos meses del fallecido príncipe Juan, hijo y heredero de los reyes católicos.
Desde su infancia, tuvo tutores elegidos, entre ellos un futuro papa, Adriano de Utrecht, o un sagaz político, Guillermo de Croy; incluso, su tía Margarita le puso en manos, por un corto espacio de tiempo, de Erasmo de Róterdam.
Su educación ha sido calificada por los historiadores como la de un caballero del medievo que vivió en medio del renacimiento. El honor que se dilucidaba en el campo de batalla, la fidelidad a la palabra dada y el deber fueron la divisa en todos sus actos.
La llegada de un extranjero al trono hispano
Su entrada en Castilla como titular de sus reinos, con apenas 17 años,
no fue bien acogida. Varias causas estaban en su contra:
*Se proclamó rey en Bruselas, de tal manera que algunos historiadores han considerado ese acto como un auténtico golpe de estado. Juana de Castilla, su madre, seguía viva, siendo legítima propietaria del reino.
*Su abuelo Fernando el Católico siempre prefirió ser heredado por otro de sus nietos, el hermano menor de Carlos, también llamado Fernando, que fue criado al lado del rey y, por tanto, con sus principios, basados en su experiencia española.
*Carlos no hablaba el castellano e inmediatamente se rodeó de ministros y consejeros extranjeros que desconocían por completo los reinos españoles, pero, en absoluto, ignoraban las riquezas que iban llegando procedentes del Nuevo Mundo de las que se sintieron dueños.
*Dos años más tarde de su llegada a los reinos españoles, Carlos I conseguía obtener la corona del Sacro Imperio Romano Germánico. El precio fue muy alto. Los banqueros alemanes adelantaron un dinero que después tuvo que pagar Castilla.
Con estas premisas, los castellanos se levantaron contra su rey en la Guerra de las Comunidades que, fatalmente, acabaría con la ejecución de sus cabecillas: Juan Bravo, Padilla y Maldonado.
Los años de reinado bajo el peso de la corona del imperio
La cristiandad se había convertido en un avispero y Carlos siempre estaba en el centro de cada movimiento. Tres fueron fundamentalmente las causas de sus muchos triunfos en los campos de batalla, pero también de sus muchos sinsabores:
*Francia durante todo su reinado fue el incómodo vecino que no dudaba en aliarse con quien fuera necesario, ya el papa, ya el turco, con tal de conservar su supuesta supremacía en los territorios italianos, en Navarra o en los Países Bajos. Siempre fue un escollo a lo largo de todo el reinado de Carlos.
* Martín Lutero, que se inició como un reformador de la pureza del evangelio, acabó siendo el pretexto para los príncipes alemanes que no estaban dispuestos a dejar escapar la oportunidad de ser los dueños de sus propios territorios en todos los ámbitos, abandonando su sometimiento a la autoridad de Roma.
Después de largos años de disputas y controversias, se convocó el concilio de Trento. Las posturas ya eran irreconciliables y no fue posible resolver con las armas el hecho de que la cristiandad había quedado dividida en dos para siempre.
*Solimán el Magnífico, sultán del imperio otomano, acosaba a Europa, poniendo sus pies en los reinos de Hungría y en la misma Viena, mientras Barbarroja y otros piratas hostigaban las costas del Mediterráneo.
Tal vez, las tierras del Nuevo Mundo fueron su herencia más dulce y fructífera: las conquistas de los imperios de México, del Perú y más tarde de Chile, el poblamiento de gran parte del nuevo continente, la primera vuelta al mundo hecha realidad por Juan Sebastián El Cano, transformaron el horizonte de un mundo que fue cayendo en las manos de Carlos que seguía soñando con transformar sus reinos en un imperio universal bajo los principios de la cristiandad.
Esos nuevos territorios y sobre todo las gentes que lo habitaban fueron la causa de largas controversias y deliberaciones de carácter jurídico y moral que desarrollaron, con base en la fe y en la doctrina cristiana, una nueva forma de ver el mundo en todos sus ámbitos y en los que la convivencia constituía el eje de una existencia compartida.
La generosa Castilla fue el soporte económico para sustentar sus sueños universalistas, y quien proporcionó mayores luces a su grandeza; tanto es así, que cuando el embajador francés se quejó de que Carlos no hablara el común latín del protocolo ante el papa Paulo III, y le dijo no entender el castellano, Carlos contestó:
Entiéndame si quiere y no espere de mí otras palabras que de
mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y
entendida de toda la gente cristiana.
Extenuado, enfermo y envejecido por sus muchos esfuerzos en tantos viajes, guerras y desvelos, eligió el monasterio jerónimo de Yuste, en Extremadura, para pasar sus últimos años. Allí, en 1558, hoy se sabe como consecuencia de la malaria, murió. Su hijo Felipe II lo trasladaría años más tarde al Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial.
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