Archivo de Indias
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Archivo de Indias -La profunda huella de la palabra escrita-

El Archivo General de Indias es la memoria en tinta de dos océanos cruzados mil veces. Es un cofre inmenso donde el tiempo, la ambición, la fe, el júbilo y el dolor quedaron atrapados en palabras. Cada legajo es un eco de barcos que zarpan, ciudades que se alzan, imperios que se funden y desaparecen. Quien cruza sus puertas no solo consulta papeles: abre portales secretos a dos continentes de historias vivas.

Archivo de Indias -La profunda huella de la palabra escrita-
Tratado de Tordesillas

Desde los Reyes Católicos hasta el último virrey, la Monarquía Hispánica se obsesionó con dejar constancia de cada orden, cada súplica y cada reclamo. No era un simple amor por el papel: era la forma de gobernar un imperio inmenso, diverso y lejano.

En 1492, apenas tres meses antes de zarpar, Colón recibió instrucciones por escrito. De ahí salieron capitulaciones, provisiones, cédulas y cartas que hoy se conservan como acta de nacimiento de un mundo nuevo. Y cada decisión posterior —desde la fundación de una ciudad en el Perú hasta la autorización para casar a un indio con una mulata en Filipinas— tenía que pasar por el tamiz de la tinta, el sello y la firma.
Los archivos se convirtieron en el corazón palpitante del imperio. Sin barcos de papel, ninguna flota de galeones habría navegado. Cada funcionario virreinal debía responder por escrito, cada fraile debía registrar bautismos, tierras y almas. Nada quedaba sin rubricar: actas, probanzas de méritos, expedientes de limpieza de sangre, licencias para pasar a Indias, relaciones de méritos, testamentos y litigios interminables.

De este empeño nacieron gigantes como Simancas (el gran archivo de la diplomacia y la guerra) y el Archivo General de Indias (el cofre donde late toda América española). Allí descansan cartas de puño y letra de Cortés, órdenes de Felipe II con su caligrafía minúscula, memoriales de frailes dominicos, y mapas que son sueños pintados a mano.

Archivo de Indias -La profunda huella de la palabra escrita-

Lo curioso es que este exceso de papel, que desesperaba a criollos y conquistadores (¡tantos sellos, tantos pleitos!), se ha convertido en un regalo para el presente: sin esta burocracia, apenas sabríamos nada. Sin escribanos, el silencio habría devorado la memoria.


En tiempos de Carlos III, con la ilustración cabalgando a sus anchas por Europa, se atacaba duramente la labor de España en América. Aparecen las obras de Raynal (Amsterdam, 1770) y de Guillermo Robertson (Londres, 1777) con una visión negativa de la colonización española. El ministro José de Gálvez en reivindicación de la labor de los españoles en América hizo nacer el proyecto de otra historia ilustrada, documentada en fuentes de los archivos reales. Para ello en 1779, el mismo Gálvez encarga al Cosmógrafo Mayor de Indias, Juan Bautista Muñoz, la confección de una «Historia del Nuevo Mundo». Este convence al ministro de la necesidad de concentrar en un solo lugar los documentos indianos dispersos en varios puntos de la península (Madrid, Simancas, Cádiz y Sevilla). El fin era ofrecer una historia de España más extensa y documentada que las escritas por aquellas fechas, plagadas de falsedades, pero sobre todo, una historia apoyada en documentos originales y veraces.

El lugar elegido para llevar a cabo este proyecto fue la Casa Lonja de Mercaderes de Sevilla, un gran edificio renacentista, debido a Juan de Herrera, principal arquitecto del Monasterio del Escorial, que terminó las obras en 1646. Con la decadencia experimentada por Sevilla en la segunda mitad del siglo XVII, el uso del edificio fue decayendo de manera paulatina, hasta el punto de que algunas de sus dependencias llegaron a transformarse en viviendas particulares. Fue en 1785 cuando, por expreso deseo del rey Carlos III, el edificio se convirtió en el Archivo General de Indias, con objeto de descentralizar toda la documentación sobre las tierras de ultramar españolas.

Archivo de Indias -La profunda huella de la palabra escrita-
Edificio del Archivo de Indias, al fondo la Catedral
“Para que se forme en la ciudad de Sevilla un archivo general de todos los papeles pertenecientes a mis dominios de Indias, islas Filipinas y Tierra Firme del Mar Océano, con el objeto de que se conserven con la seguridad, orden y claridad correspondiente, facilitando su consulta a quienes convenga y corresponda.”
Real Cédula de 12 de marzo de 1785 -dictada por Carlos III-

Actualmente en él se custodian y conservan más de 43.000 legajos, instalados en ocho kilómetros lineales de estanterías, con unos 80 millones de páginas de documentos originales de inconmensurable valor que permiten profundizar en más de tres siglos de historia de todo un continente, desde Tierra de Fuego hasta el sur de Estados Unidos, además del Extremo Oriente español, las Filipinas y los enclaves africanos.
Representa una custodia única del pasado, la memoria documental compartida entre España y América: cartas de virreyes, órdenes reales, pleitos de indios, planos de ciudades, mapas de costas, expedientes de comercio, esclavitud y evangelización. Todo está ahí, para quien quiera leerlo sin intermediarios.
Declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1987, historiadores de todo el mundo viajan a Sevilla solo para consultar un folio. Sin esos papeles, no se podrían reescribir muchas historias locales o familiares. Hoy todavía, descendientes de indígenas, criollos o colonos buscan allí pistas de sus raíces. Basta abrir un legajo para oír la respiración de un marinero, la oración de una madre, la rabia de un cronista.  Y al margen de cuestiones personales, descansan también estudios de genealogía, derecho indiano o historia de la ciencia y la cartografía: un inquieto mundo sinfín.

Perderse en el Archivo de Indias de Sevilla es escuchar la voz de un mundo que quiso salvarse del olvido escribiéndolo todo. Quizá ahí radique la verdadera magia: que siglos después, esas hojas sigan respondiendo cuando alguien busca respuestas. 

 

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