El rey Fernando y las Indias
Con la llegada de los barcos de Colón a las Antillas, las fronteras del reino de Castilla se ampliaron a un mundo desconocido. El abanico de nuevos territorios se fue abriendo y extendiendo hacia un occidente que parecía insondable.
Fernando el Católico era rey de Aragón y consorte de Castilla. Él siempre se mostró muy escéptico a la hora de valorar las posibilidades del viaje que pretendía Colón para la búsqueda de las nuevas rutas de las especias; antes de adoptar un criterio, tuvo muy en cuenta las conclusiones a las que llegaron los doctores universitarios, quienes juzgaban irrealizable la empresa. Pero, finalmente, la reina Isabel se impuso, ella estaba convencida de que valía la pena correr el riesgo de enviar una flota, sin demasiado coste, a explorar el Atlántico. Con el mismo escepticismo, Fernando aceptó y firmó las Capitulaciones de Santa Fe, pues entendía que Colón pedía poderes y funciones que eran excesivas y resultaban peligrosas. Más tarde, tuvo que recibir triunfante al descubridor de vuelta de su viaje a las Indias en el salón de Ciento de Barcelona, pero no se equivocaba, los poderes otorgados al Almirante eran excesivos y, enseguida, su apreciación se pondría de manifiesto.
Con el magnífico descubrimiento de las entonces llamadas Indias, la reina Isabel siempre señaló instrucciones muy claras sobre todo lo referente a los habitantes del Nuevo Mundo:
«Eran súbditos de la Corona de Castilla y, por tanto, eran los hijos de un mismo Dios».
Fernando respetó las intenciones marcadas por la religiosidad de su esposa, pero nunca ocultó sus intenciones centradas fundamentalmente en el celo religioso con las poblaciones indígenas, sí, pero también por el incremento de los beneficios económicos que las nuevas tierras eran capaces de aportarle y que debían estar en consonancia con el esfuerzo que requerían.
Y aquellos viajes sucesivos fueron abriéndose a un mundo que exigía más y más esfuerzos económicos y humanos. La isla de La Española se convirtió en el centro de gobierno y el punto de partida de expediciones y conquistas hacia más y más tierras incógnitas y fértiles. Cuando llegó el tiempo de Fernando, en la segunda etapa de su reinado, sabría impulsarlo de manera eficaz.
A la muerte de Isabel, Fernando quedó en una controvertida posición con respecto a los nuevos territorios descubiertos al otro lado del océano. Pertenecían a la Corona de Castilla, pero él poseía derechos a los que nunca estuvo dispuesto a renunciar.
A pesar de todo, tuvo que refugiarse en el reino de Aragón y dejar el gobierno castellano en manos de la legítima sucesora, su hija Juana I y, aquel a quien él veía como poco recomendable esposo, Felipe el Hermoso. La muerte prematura de este y la poca capacidad de la nueva reina, le devolvieron como regente al trono y las nuevas tierras volvieron a las manos de Fernando. Su sagacidad para gobernar quedó ampliamente demostrada: fue capaz de crear una inteligente estrategia de política global, sentando las bases de la monarquía hispánica que perduraría a lo largo de los trescientos años siguientes.
A su vuelta, Fernando contaba con más de 55 años, pero conservaba intactas las
energías para quitarse de encima a los nobles que no deseaban su regreso y
para afrontar el hecho de que los territorios indianos estaban abandonados
a su suerte.A partir de ese momento, tuvo las manos libres para hacer
y deshacer a su antojo.
- Su primer acto fue rodearse de consejeros de su confianza, que han sido muy desprestigiados por los historiadores: Conchillos, Rodríguez de Fonseca, Sancho de Matienzo y Miguel de Pasamonte, todos ellos eran procedentes del reino aragonés.
- Fernando tomó el destino del Nuevo Mundo como propio y, siempre ambicioso, pronto comienza la búsqueda de una ruta más corta hacia la tierra de las especias. Ya desde 1505 estuvo interesado en encontrar un paso que le condujera hacia las Molucas, pero no se empezó a materializar hasta 1508, en que se convoca en Burgos la junta de marinos para estudiar la búsqueda de ese paso.
- Comenzó a desembarazarse de los Colón, quienes, no satisfechos nunca, emprenderían durante su reinado una larga guerra jurídica por retener y recuperar los derechos que consideraban legítimos.
- En 1511 Antonio de Montesinos trae hasta la corte sus quejas por el trato y el abuso que se estaba ejerciendo sobre los indígenas. Fernando, después de convocar a los más altos juristas de la época, comenzaría la batalla por la justicia en las nuevas tierras. La consecuencia fueron Las Leyes de Burgos o Reales Ordenanzas dadas para el Buen Regimiento y Tratamiento de los indios —sancionadas por el monarca el 27 de diciembre de 1512—. No se suprimió el injusto régimen de las encomiendas, pero se regularon las relaciones hispano-indígenas; en ellas, por primera vez, la Corona reconocía la libertad de los indios y la obligación de gobernarlos conforme al derecho natural y a la ética sobrenatural.
- Una vez encontrado el paso al otro lado del mar a través del istmo panameño, que Núñez de Balboa puso en sus manos en 1513, se inicia la expedición al Darién. Fue una de las más grandes y ambiciosas empresas costeadas en su integridad por la Corona. El mismo año de ese descubrimiento, Fernando consiguió del papado que se creara La Bética Áurea en Santa María de la Antigua del Darién, la primera diócesis en tierra firme.
La historia ha enturbiado el recuerdo de un rey magnífico.
El lago de los tiburones en que se convirtió Europa tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, ha hecho de su figura un vago recuerdo de una brillante personalidad. Al rey Fernando, a pesar de la pesada carga de tantos reinos a sus espaldas, no se le puede negar que, con él, en América, se fraguó el inicio del más genuino interés en la lucha por los derechos humanos universales, en la forma en que hoy se entienden. Lo que representaron las Leyes de Burgos de 1512 fue algo muy ajeno al pensamiento de la época en que fueron redactadas. Sin duda, han sido las huellas seguidas por unos derechos humanos promulgados para el resto del mundo llamado occidental en 1947—400 años después —.
Su mérito no puede ser eclipsado por haber sido, como todos y cada uno de los humanos, un hombre de su tiempo
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