Anacaona -Una muerte imperdonable-
Con la muerte de Anacaona, desapareció la resistencia organizada en Jaragua y se cerró un ciclo de liderazgo femenino en el Caribe taíno. Su figura, mezcla de documento y leyenda, simboliza la destrucción de las estructuras políticas autóctonas bajo el peso del nuevo orden tras la llegada de los españoles.
Anacaona debió nacer en torno a 1460. Se la recuerda como una de las líderes taínas más relevantes en los primeros años de la conquista de la isla de La Española (actual República Dominicana y Haití). Su nombre significa Flor de oro en lengua taína, un símbolo de la nobleza de su linaje y de su lugar entre los cacicazgos indígenas.
Era hermana del cacique Bohechío, señor de Jaragua, una de las cinco grandes provincias taínas de la isla. Contrajo matrimonio con Caonabo, cacique de Maguana, célebre por resistir activamente la ocupación castellana y por ser uno de los principales responsables de la destrucción del Fuerte de La Navidad, primer asentamiento español en 1492.

Tras la captura de Caonabo a manos de Alonso de Ojeda y su posterior muerte cuando viajaba como prisionero en el barco que le llevaba a Castilla para ser juzgado, Anacaona regresó a Jaragua, donde vivió junto a su hermano y actuó como intermediaria con los españoles.
Behechío, aconsejado por Anacaona, decidió en vez de enfrentarse al adelantado reconocer la soberanía de los Reyes Católicos y comprometerse a pagar el tributo.
“Cortés y chistosa y prudentísima, y había persuadido a su hermano que, enseñado con el ejemplo de su marido, tratara bien a los cristianos, les obsequiara y obedeciera” Martir de Anglería
Cuando Bohechío murió, ella asumió el mando de su pueblo, convirtiéndose en cacica principal de Jaragua. Por aquel entonces, muchos caciques de la isla, animados por la rebelión del alcalde mayor de la Isabela, Francisco Roldán, contra la autoridad de los hermanos del almirante, Bartolomé y Diego Colón, aprovechando la situación de penuria y descontento que reinaba en la isla, se animaban a perpetrar ataques frecuentes a los españoles. Puesto que la desobediencia de Roldán propiciaba la anarquía de sus partidarios, los Colón hicieron todo lo posible por llegar a un acuerdo y gran parte de los seguidores de Roldán optó por retirarse a vivir libremente al lejano cacicazgo de Jaraguá, donde los roldanistas vivían regaladamente, como caciques blancos.
En esa situación, en 1501, fue nombrado gobernador de las Indias Nicolás de Ovando quien quiso llevar a cabo una política de pacificación de la isla, especialmente en los cacicazgos del Higuey y de Jaraguá. Durante los años siguientes, planeó un viaje al cacicazgo de Jaraguá, gobernado por Anacaona y en el que se habían refugiado muchos rebeldes roldanistas. Esta visita tenía el pretexto de mejorar las relaciones entre los conquistadores y los indios, aunque la realidad parecía ser otra: el deseo de controlar a esos españoles que campaban a sus anchas. Ante esta visita, Anacaona reunió a numerosos caciques de la zona y ofreció a Ovando y a sus acompañantes un gran recibimiento con bailes y fiestas lo mismo que había hecho años antes con Bartolomé Colón.
Pero alertado Ovando de los rumores de que los indios planeaban una conspiración, a pesar de las demostraciones de amistad que le fueron ofrecidas, fingió corresponder a los honores e invitó a Anacaona y a los demás caciques a presenciar un simulacro militar en su honor. Una vez que los indios estuvieron congregados en la casa construida para albergar a Ovando y a sus acompañantes, tanto los de a caballo como los de a pie comenzaron a cercarlos y cuando más entusiasmados se encontraban los señores, a una señal convenida, toda la caballería con lanzas y espadas arremetió violentamente contra ellos, prendiendo fuego a la casa. Muchos murieron. La reina Anacaona fue apresada por los hombres de Ovando, quienes obligaron a varios de sus caciques subalternos a declarar que ella los instigaba para que atacasen a los españoles.
Así cayó Jaragua y con ella la última voz femenina que sostuvo la dignidad taína.
La actuación de Ovando en este hecho es uno de los actos más inexplicables y crueles de su gobernación.
Pronto recibió las quejas y las lamentaciones de la reina Isabel.
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