Los primeros en morir -Fuerte de la Navidad-
El médico que viajó en la flota del segundo viaje de Colón, Diego Álvarez Chanca, relata en su carta al cabildo de Sevilla, como fue el hallazgo de los restos del Fuerte de la Navidad. En él esperaban los 39 marinos que tuvieron que quedarse en tierra por la pérdida de la nao Santa María. Al regreso de los españoles a la isla, todos estaban muertos ¿Quién los mató? La conversación entre Colón y el cacique, Guacanagarí, que tan prudentemente trata Álvarez Chanca, no deja claro lo ocurrido …
No cesamos de andar nuestro camino fasta llegar á un puerto llamado Monte-Christi, donde estovimos dos dias para ver la disposición de la tierra, porque no había parecido bien al Almirante el logar donde había dejado la gente para hacer asiento. Descendimos en tierra para ver la disposición: había cerca de alli un gran río de muy buena agua; pero es toda tierra anegada é muy indispuesta para habitar. Andando veyendo el río é tierra hallaron algunos de los nuestros en una parte dos hombres muertos junto con el río, el uno con un lazo al pescuezo y el otro con otro al pié, esto fué el primero día.
Otro día siguiente hallaron otros dos muertos más adelante de aquellos, el uno destos estaba en disposición que se le pudo conocer tener muchas barbas. Algunos de los nuestros sospecharon más mal que bién, é con razón, porque los indios son todos desbarbados, como dicho he. Este puerto está del lugar donde estaba la gente cristiana doce leguas: pasados dos días alzamos velas para el lugar donde el Almirante había dejado la sobredicha gente, en compañía de un rey destos indios, que se llamaba Guacamarí, que pienso ser de los principales desta isla.
Este día llegamos en derecho de aquel lugar; pero era ya tarde, é porque allí había unos bajos donde el otro día se había perdido la nao en que había ido el Almirante, no osamos tomar el puerto cerca de tierra, fasta que otro día de mañana se desfondase é pudiesen entrar seguramente: quedamos aquella noche no una legua de tierra. Esa tarde, viniendo para allí de lejos, salió una canoa en que parescían cinco ó seis indios, los cuales venían á prisa para nosotros. El Almirante creyendo que nos seguraba hasta alzarnos, no quiso que los esperásemos, é porfiando llegaron hasta un tiro de lombarda de nosotros, é parábanse á mirar, é desde allí desque vieron que no esperábamos dieron vuelta é tornaron su vía. Después que sorgimos en aquel lugar sobredicho tarde, el Almirante mandó tirar dos bombardas á ver si respondían los cristianos que habían quedado con el dicho Guacamarí, porque también tenían bombardas, los cuales nunca respondieron ni menos parescían huegos ni señal de casas en aquel lugar, de lo cual se desconsoló mucho la gente é tomaron la sospecha que de tal caso se debía tomar.
Estando ansí todos muy tristes, pasadas cuatro ó cinco horas de la noche, vino la misma canoa que esa tarde habíamos visto, é venía dando voces, preguntando por el Almirante un capitán de una carabela donde primero llegaron: trajéronlos á la nao del Almirante, los cuales nunca quisieron entrar hasta quel Almirante los hablase; demandaron lumbre para lo conocer, é después que lo conocieron entraron.
Era uno dellos primo del Guacamarí, el cual los había enviado otra vez. Después que se habían tornado aquella tarde traían carátulas de oro que Guacamarí enviaba en presente; la una para el Almirante é la otra para un capitán quel otro viaje había ido con él.
Estovieron en la nao hablando con el Almirante en presencia de todos por tres horas mostrando mucho placer, preguntándoles por los cristianos que tales estaban: aquel pariente dijo que estaban todos buenos, aunque entre ellos había algunos muertos de dolencia é otros de diferencia que había contecido entre ellos é que Guacamarí estaba en otro lugar ferido en una pierna é por eso no había venido, pero que otro día vernía; porque otros dos reyes, llamado el uno Caonabó y el otro Mayrení, habían venido a pelear con él é que le llabían quemado el logar; é luego esa noche se tornaron diciendo que otro día vernian con el dicho Guacamarí, é con esto nos dejaron por esa noche consolados.
Otro día en la mañana estovimos esperando que viniese el dicho Guacamarí, é entre tanto saltaron en tierra algunos por mandato del Almirante, é fueron al logar donde solían estar, é halláronle quemado un cortijo algo fuerte con una palizada; donde los cristianos habitaban, é tenían lo suyo quemado é derribado, é ciertas bernias é ropas que los indios habían traído á echar en la casa.
Los dichos indios que por allí parescían andaban muy cahareños, que no se osaban allegar á nosotros, antes huían; lo cual no nos paresció bien porque el Almirante nos había dicho que en llegando á aquel lugar salían tantas canoas dellos á bordo de los navíos á vernos que no nos podríamos defender dellos, é que en el otro viaje ansi lo facian; é como agora víamos que estaban sospechosos de nosotros no nos parescia bien; con todo halagándolos aquel día é arrojándolos algunas cosas, ansí como cascabeles é cuentas, hobo de asegurarse un su pariente del dicho Guacamarí é otros tres, los cuales entraron en la barca é trajéronlos á la nao.
Después que le preguntaron por los cristianos dijeron que todos eran muertos, aunque ya nos lo había dicho un indio que llevábamos de Castilla que lo habían hablado los dos indios que antes habían venido á la nao, que se habían quedado á bordo de la nao con su canoa, pero no le habíamos creido.
Fué preguntado á este pariente de Guacamarí quién los había muerto: dijo quél Rey de Caonabó y el Rey Mayremí, é que le quemaron las casas del lugar é que estaban dellos muchos heridos, é también el dicho Guacamarí estaba pasado un muslo, y él que estaba en otro lugar y quél quería ir luego allá á lo llamar, al cual dieron algunas cosas, é luego se partió para donde estaba Guacamerí. Todo aquel día los estovimos esperando, é desque vimos que no venían, muchos tenían sospecha que se habían ahogado los indios que ante noche habían venido, porque los habían dado á beber dos ó tres veces de vino, é venían en una canoa pequeña que se les podria trastornar.
Otro día de mañana salió á tierra el Almirante é algunos de nosotros, é fuimos donde solía estar la villa, la cual nos vimos toda quemada é los vestidos de los cristianos se hallaban por aquella yerba. Por aquella hora no vimos ningún muerto. Había entre nosotros muchas razones diferentes, unos sospechando el mismo Guacamarí fuese en la traición ó muerte de los cristianos, otros les parescía que no, pues estaba quemada su villa, ansí que la cosa era mucho para dudar.
El Almirante mandó catar todo el día donde los cristianos estaban fortalecidos porquél los había mandado que desque toviesen alguna cantidad de oro que lo enterrasen. Entretanto que ésto se hacía quiso llegar á ver á cerca de una legua do nos parescía que podría haber asiento para edificar una villa porque ya era tiempo, adonde fuinos ciertos con él mirando la tierra por la costa, fasta que llegamos á un poblado donde había siete ú ocho casas, las cuales habían desamparado los indios luego que nos vieron ir, é llevaron lo que pudieron é lo otro dejaron escondido entre yerbas junto con las casas, que es gente tan bestial que no tiene discreción para buscar logar donde habitar, que los que viven á la marina es maravilla cuán bestialmente edifican, que las casas enderedor tienen tan cubiertas de yerba ó de humedad, que estoy espantado como viven.
En aqúellas casas hallamos muchas cosas de los cristianos, las cuales no se creían que ellos hobiesen rescatado, ansí como una almalafa muy gentil, la cual no se habIa descogido de como la llevaron de Castilla, é calzas é pedazos de paños, é una ancla de la nao quel Almirante había alli perdido el otro viaje, é otras cosas, de las cuales más se esforzó nuestra opinión; y de acá hallamos, buscando las cosas que tenían guardadas en una esportilla mucho cosida é mucho á recabdo una cabeza de hombre mucho guardada. Alli juzgamos por entonces que seria la cabeza de padre ó madre, ó de persona que mucho querían. Después he oido que hayan hallado muchas desta manera, por donde creo ser verdad lo que alli juzgamos; desde alli nos tornamos.
Aquel día venimos por donde estaba la villa, y cuando llegamos hallamos muchos indios que se habían asegurado y estaban rescatando oro: tenían rescatado fasta un marco: hallamos que habían mostrado donde estaban muertos once cristianos, cubiertos ya de la yerba que había crecido sobre ellos, é todos hablaban por una boca que Caonabó é Mayrení los habían muerto; pero con todo eso asomaban queja que los cristianos uno tenia tres mujeres, otro cuatro, donde creemos quel mal que les vino fué de zelos.
Otro dia de mañana, porque en todo aquello no había logar dispuesto para nosotros poder hacer asiento, acordó el Almirante fuese una carabela á una parte para mirar lugar conveniente, é algunos que fuimos con él foimos á otra parte, á do hallamos un puerto muy seguro é muy gentil disposición de tierra para habitar, pero porque estaba lejos de donde nos deseábamos que estaba la mina de oro, no acordó el Almirante de poblar sino en otra parte que fuese más cierta si se hallase conveniente disposición.
Cuando venimos deste lugar hallamos venida la otra carabela que había ido á la otra parte á buscar el dicho logar, en la cual había ido Melchor é otros cuatro ó cinco hombres de pro. E yendo costeando por tierra salió á ellos una canoa en que vimos dos indios, el uno era hermano de Guacamarí, el cual fué conocido por un piloto que iba en la dicha carabela, é preguntó quién iba allí, al cual dijeron los hombres prencipales, dijeron que Guacamarí les rogaba que se llegasen á tierra, donde él tenía su asiento con fasta cincuenta casas. Los dichos prencipales saltaron en tierra con la barca é fueron donde él estaba, el cual fallaron en su cama echado faciendo del doliente ferido. Fablaron con él preguntándole por los cristianos : respondió concertando con la mesma razón de los otros, que era que Caonabó y Mayrení los habían muerto, é que á él habían ferido en un muslo, el cual mostró ligado; los que entonces lo vieron ansi les paresció que era verdad como él lo dijo: al tiempo del despedirse dió á cada uno dellos una joya de oro, á cada uno como le paresció que lo merescia.
Este oro facian en fojas muy delgadas, porque lo quieren para facer carátulas é para poderse asentar en betún que ellos facen, si ansí no fuese no se asentaria. Otro facen para traer en la cabeza é para colgar en las orejas é narices, ansi que todavia es menester que sea delgado, pues que ellos nada de esto hacen por riqueza salvo por buen parescer. Dijo el dicho Guacamarí por señas é como mejor pudo, que porque él estaba ansi herido que dijesen al Almirante que quisiese venir á verlo. Luego quel Almirante llegó los sobredichos le contaron este caso. Otro dia de mañana acordó de partir para allá, al cual lugar llegariamos dentro de tres horas, porque apenas habría dende donde estábamos allá tres leguas; ansi que cuando alli llegamos era hora de comer: comimos antes de salir en tierra. Luego que hobimos comido mandó el Almirante que todos los capitanes viniesen con sus barcas para ir en tierra, porque ya esa mañana antes que partiésemos de donde estábamos había venido el sobredicho su hermano á hablar con el Almirante, é á darle priesa que fuese al lugar donde estaba el dicho Guacamarí.
Alli fué el Almirante á tierra é toda la gente de pro con él, tan ataviados que en una cibdad prencipal parescieran bien; llevó algunas cosas para le presentar porque ya había rescibido dél alguna cantidad de oro, é era razón le respondiese con la obra é voluntad quél había mostrado. El diclho Guacamarí ansí mismo tenía aparejado para hacerle presente. Cuando llegamos hallámosle echado en su cama, como ellos lo usan, colgado en el aire, fecha una cama de algodón como de red; no se levantó, salvo dende la cama hizo el semblante de cortesía como él mejor sopo, mostró mucho sentimiento con lágrimas en los ojos por la muerte de los cristianos, é comenzó á hablar en ello mostrando como mejor podía, como unos murieron de dolencia, é como otros se habían ido á Caonabó á buscar la mina del oro é que allí los habían muerto, é los otros que se los habían venido á matar allí en su villa. A lo que parescían los cuerpos de los muertos no había dos meses que había acaecido.
Esa hora él presentó al Almirante ocho marcos y medio de oro, é cinco ó seiscientos labrados de pedrería de diversos colores, é un bonete de la misma pedrería, lo cual me paresce deben tener ellos en mucho. En el bonete estaba un joyel, lo cual le dió en mucha veneración. Paréceme que tienen en más el cobre quel oro. Estábamos presentes yo y un zurugiano de armada; entonces dijo el Almirante al dicho Guacamarí que nosotros éramos sabios de las enfermedades de los hombres, que nos quisiese mostrar la herida, él respondió que le placía, para lo cual yo dije que sería necesario, si pudiese, que saliera fuera de la casa, porque con la mucha gente estaba escura é no se podía ver bien; lo cual él fizo luego, creo más de empacho que de gana: arrimándose á él salió fuera. Después de asentado, llegó el zurugiano á él é comenzó de desligarle; entonces dijo el Almirante que era ferida fecha con cib, que quiere decir con piedra. Después que fué desatada llegamos á tentarle. Es cierto que no tenía más mal en aquella que en la otra, aunque él hacía del raposo que le dolía mucho. Ciertamente no se podía bien determinar porque las razones eran iguales, que ciertamente muchas cosas había que mostraban haber venido á él gente contraria. Ansí mesmo el Almirante no sabía qué se hacer: parescióle é á otros muchos, que por entonces fasta bien saber la verdad que se debía disimular, porque después de sabida, cada que quisiesen, se podia dél rescibir enmienda. E aquella tarde se vino con el Almirante á las naos, é mostrándole caballos é cuanto ahí había, de lo cual quedó muy maravillado como de cosa extraña a él; tomó colocación en la nao é esa tarde luego se tornó á su casa: el Almirante dijo que quería ir á habitar alli con él é quería facer casas, y él respondió que le placia, pero que el logar era mal sano porque era muy húmedo, é tal era por cierto. Esto todo pasaba estando por intérpretes dos indios de los que el otro viaje habían ido á Castilla, los cuales habían quedado vivos de siete que metimos en el puerto, que los cinco se murieron en el camino, los cuales escaparon á uña de caballo.
Texto completo de la Carta de Álvarez Chanca
La misiva fue publicada en el siglo XIX. Pese a que era conocida a través de Andrés Bernáldez, no aparece citado Álvarez Chanca como fuente de información en ninguno de los historiadores primitivos de Indias y fue ignorado por los posteriores. Tampoco fue llamado a deponer en los Pleitos Colombinos, a pesar de haber sido testigo de excepción de los primeros meses de la colonización del Nuevo Mundo.
Con el tiempo, el documento de Álvarez Chanca ha resultado ser una crónica excepcional; hoy se encuentra copiada en un códice de treinta y tres hojas que guarda la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, ocupando las páginas 17 a 31.