Caonabo -Señor de la Casa del Oro-
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Caonabo -Señor de la Casa del Oro-

Según los cronistas, Bartolomé de las Casas y Mártir de Anglería, a la llegada de las carabelas a Quisqueya —nombre original de La Española—, Colón intentó una política de buenas relaciones y, tras haber comprobado la superioridad militar de los castellanos, los nativos accedieron a someterse a los Reyes Católicos en un acuerdo de beneficios mutuos; es decir, a cambio de ser defendidos de sus enemigos, aceptaron el cristianismo.

Cuando Colón, en el segundo viaje, estuvo de vuelta en la isla de La Española, se encontró con que el Fuerte de la Navidad había sido destruido y abandonado; los treinta y nueve hombres que allí quedaron habían sido salvajemente asesinados. El cacique Guacanagarí rehuyó encontrarse con el Almirante para no dar incómodas explicaciones, pero cuentan los cronistas que había sido el cacique Caonabo el causante de lo ocurrido. A partir de entonces, taínos y españoles mantuvieron durante un breve tiempo una relación pacífica; sin embargo, a partir de entonces, esa relación fue muy forzada, hasta que, en abril de 1494, se produjeron los primeros incidentes violentos, desencadenándose el enfrentamiento armado.
La incursión de castigo encargada a Alonso de Ojeda, las condenas del Almirante 
y la captura de potenciales esclavos arruinaron las posibilidades 
de pacto: comenzaba la conquista. 

Caonabo (o Caunaboa), cacique y señor de la Ma­guana, debió de nacer a finales del siglo xv. Se cree que pertenecía a la estirpe de los caribes, procedentes de la isla de Guadalupe, que quizá había llegado a La Española en alguna de las incur­siones caribes en los años que precedieron a la llegada de Colón, asentándose en la región de la Maguana, situada en el corazón de la isla.

Según Mártir de Anglería ostentaba el nombre de “señor de la casa del oro”, pues a la casa le llaman «boa» y al oro, «cauni». 
Era fuerte, belicoso y desde muy pronto se enfrentó a los españoles.

En su viaje a la región del Cibao, conocida entre los indios por su riqueza aurífera, Colón se encontró con el magnífico valle de La Vega Real. Después de construir lo que llamaron El Puerto de los Hidalgos, un camino para permitir el paso de la caballería, Colón fundó allí el fuerte de Santo Tomás, a cuyo mando puso al militar y marino, Pedro Margarit; muy cerca, en las inmediaciones del río Yaque, se levantó la fortaleza de La Magdalena, dentro del territorio macorix, que quedó a cargo de Luis de Arriaga. Desde esas posiciones pre­tendía someter a los indios.

Caonabo y los demás caciques de la zona empeza­ron a hostigar a los españoles que, en su intento de consolidarse, tanto en la recién fundada ciudad de la Isabela como en la isla, pasaban por muy malos momentos debido al hambre, a las enfermedades, al trabajo, a la indisciplina y al mal gobierno de los hermanos Co­lón. Estos, en su afán de imponer orden y disciplina, no dudaba en aplicar las más duras penas, incluso la pena capital. Caonabo, que se consideraba el señor de la casa del oro, se jactaba de haber sitiado y atacado el fuerte de Santo Tomás, que, una vez que Pedro Margarit decidió abandonar la isla, debido a su desacuerdo en como se administraba la isla y se trataba a los indios, quedó bajo las órdenes de Alonso de Ojeda. De estos enfrentamientos muchos indios fueron hechos prisioneros y enviados a España para ser ven­didos como esclavos.

Muy pronto Colón se dio cuenta de que no podría pacificar la isla mientras el bravo y aguerrido cacique Caonabo siguiese libre. Por ello, dio ins­trucciones al capitán Alonso de Ojeda para que procediera a su captura. 

Bartolomé de Las Casas cuenta que Alonso de Ojeda con nueve o diez castellanos fue a visitar a Caonabo a su caci­cazgo. Le llevaban como obsequio del señor de los cristianos unos grillos o esposas cuida­dosamente labradas en las Vascongadas, diciendo que eran “turey de Vizcaya”. Turey llamaban los indios al cielo y también a los objetos de latón y metal espa­ñoles que creían tener esa procedencia. Ojeda le contó que “aquel turey había venido del cielo y tenía gran vir­tud secreta y que los reyes de Castilla se ponían aquello por gran joya cuando hacían arei­tos”.

Cuenta Bartolomé de Las Casas que Caonabo se fue confiando y un día decidió probar tan celestial joya.

Acudieron todos al río cercano y después de haberse lavado y refrescado “quiso, muy cudicioso, de ver su presente de turey de Vizcaya y probar su virtud, y así Hojeda hace que se aparten los que con él habían venido un poco, y sube sobre su caballo, y al rey pónenle sobre las ancas, y allí échanle los grillos y las esposas los cristianos con gran placer y alegría, y da una o dos vueltas cerca de donde estaban por disimular, y da la vuelta, los nueve cristianos juntos con él, al camino de la Isabela, como que se paseaban para volver, y poco a poco, alejándose, basta que los indios que lo miraban de lejos, porque siempre huían de estar cerca del caballo, lo perdieron de vista; y así les dio cantonada y la burla pasó a las veras”. Desde ahí lo amarró a su cuerpo y con toda la rapidez que pudieron marcharon a todo galope a la Isabela y lo entregaron al almirante.
Canobao -Señor de la Casa del Oro-
Caonabo, prisionero de Colón

En la Isabela, Caonabo fue juzgado por ser el causante de la destruc­ción del Fuerte de la Navidad y declarado culpable. Quedó cautivo en la casa de Colón y su relacion con él fue de desprecio a pesar de saber que era el jefe de los cristianos, mientras que se levantaba respetuoso cuando estaba en presen­cia de Ojeda al reconocerle el valor de haberle hecho prisionero. Poco después, Caonabo pereció ahogado al hundirse la nave en que era enviado a España.

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