Aztecas – Mexicas
Los aztecas eran los habitantes de un mítico lugar pantanoso, conocido como Aztlán o Aztlan, que significa «lugar de las garzas». A pesar de que existe polémica en torno a dónde estaba situado ese lugar de origen, parece ser que las fuentes más confiables lo sitúan más allá de Jalisco, llegando a indicarlo como un punto cercano a Nuevo México.
Fue la tiranía de uno de sus líderes –tlatoque aztecas- lo que obligó a los mexitin y a otros grupos a salir de su territorio. Casi todos los cronistas del siglo XVI y XVII escribieron acerca del origen y la peregrinación del pueblo mexica. El documento más referenciado es la Tira de la Peregrinación, también llamado Códice Boturini.
Según esa antigua leyenda, cuando los grupos nahuas (las tribus nahuatlacas) salieron de Aztlán, cada una de ellas llevaba consigo su “bulto sagrado”, que contenía las reliquias de su dios patrono. Huitzilopochtli era el dios patrono de los mexicas.
Existen fuentes antiguas -después de la conquista- que recogen lo referente a quienes son los mexicas y como llegaron al valle de México. Una de las más antiguas son los Memoriales de Fray Toribio de Benavente, Motolinia quien escribe:
"Los naturales dicen que aquel nombre de México trajeron sus primeros
fundadores, y se llamaban mexiti; y aun después de algún tiempo los
moradores de ella se llamaron mexitin.
Este nombre tomaron ellos de su principal dios ó ídolo,
el cual tenia dos nombres, conviene á saber,
Vitzilipuchtli y el otro Mexitli, y de este Mexitli se llamaron mexiti“.
Benavente, 1903:143.
Cuando los mexicas llegaron al Valle de México a principios del siglo XIV, encontraron las ruinas de una gran ciudad abandonada en la que se asentaron y denominaron, en idioma náhuatl, Tenochtitlan. La elección de ese nombre está vinculado a una leyenda que narra cómo los mexicas, liderados por su dios Huitzilopochtli, recibieron señales divinas para establecerse en el lugar donde encontraran un águila devorando una serpiente mientras descansaba sobre un nopal.
Cuando llegaron los españoles, en el año 1519, se encontraron con una civilización politeísta en la cual, Huitzilopochtli, «Colibrí zurdo o colibrí del sur», entre otros dioses de la talla de Quetzalcóatl o Tezcatlipoca, se había convertido en la deidad solar-guerrera con poder para regular el mundo.
En su Historia general de las cosas de la Nueva España, el fraile franciscano Bernardino de Sahagún lo describe como un “nigromante, amigo de los diablos, cruel, inventor de guerras y enemistades y causador de muchas muertes”.
En la cosmovisión del pueblo mexica, al igual que para otros pueblos prehispánicos, la vida estaba regida por ciclos de creación y destrucción. Cada lapso o ‘Sol’ en algún momento debía finalizar. Ellos pretendían detener ese final por medio de la energía contenida en la sangre con la que alimentaban a su insaciable dios; para lo que realizaban rituales sangrientos diariamente.
El más importante centro ceremonial de México-Tenochtitlan se hallaba en la cima del Templo Mayor. Allí, junto a Tláloc, dios de la lluvia, se realizaban las ofrendas de los corazones de guerreros capturados en combate, que constituían el alimento principal de su dios de la guerra Huitzilopochtli.
La continua necesidad de guerreros para sacrificar y evitar el fin del mundo motivó el espíritu combativo de este pueblo, que hizo de la guerra y la captura de prisioneros una obligación divina, pues de ello dependía no solo su futuro como imperio, sino el de todo el mundo.
Los recientes hallazgos arqueológicos, con la aparición de cientos y cientos de calaveras ordenadas en columnas o adosadas en las paredes, han puesto de manifiesto que, cuanto se relataba en las crónicas de la conquista sobre la cultura de la muerte que practicaba los mexicas, era cierta.
Pero también, en el panteón de los mexicas estaba la mítica figura de Quetzalcóatl, “La Serpiente Emplumada”, que trascendía las fronteras culturales de su mundo y estaba asociado con el viento, la sabiduría, la fertilidad y otras características benéficas.
Esa antigua mitología, con sus elementos de creación, caída y regreso, había contribuido a dar forma a la cosmovisión y la identidad espiritual de los mexicas.
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