Enriquillo “El rebelde”
En las Elegías de varones ilustres de Indias, escritas por el cronista Juan Castellanos a mediados del siglo XVI, se recoge la figura del
aguerrido indio rebelde de la isla de Santo Domingo con estos versos:
“Fue Enrique, pues, / indio ladino / Que supo bien la lengua castellana,
/ Cacique principal, harto vecino / Al pueblo de San Juan de la
Maguana [...] / Era gentil lector, gran escriban”.
Debió nacer en el último tercio del siglo XV en la isla de La Española y es muy probable que quedara huérfano tras la pacificación del cacicazgo de Jaraguá; siendo recogido, criado y educado por los franciscanos en esa región de la isla. Se casó con una india de noble linaje llamada Mencía, llegando a ser cacique debido a su matrimonio.
En los repartimientos de 1514 fue encomendado a Francisco Valenzuela. En ese periodo fue maltratado por el hijo del encomendero, quien le robó una mula y abusó de su mujer. Sus quejas fueron ignoradas hasta que las presentó ante la Real Audiencia en la ciudad de Santo Domingo, en donde le dieron la razón. Sin embargo, el castigo para su agresor no se llevó a cabo y Enriquillo decidió sublevarse, huyendo a las montañas con otros indios descontentos.
La sublevación que comenzó en 1519 duró varios años en los que mantuvo en jaque a sus perseguidores. Conocía muy bien el terreno donde pisaba, la manera de luchar de los españoles y poseía sus armas, por lo que no se le consiguió reducir hasta que hubo un cambio de táctica en la manera de combatirle, mediante el procedimiento de cortarle los suministros. Eso obligó a Enriquillo a pedir una tregua en la que solicitó la intervención de un fraile llamado fray Remigio, a quien conocía desde la infancia.
Pero la tregua no le hizo desistir de su rebeldía; aprovechando la paz, fue trasladándose con gran sigilo a la región de Sierra de Bahoruco, zona montañosa del interior de la isla, agreste y recóndita, en la que se dedicó a sembrar cazabe para tener abastecimientos en las futuras luchas que continuaron.
Una vez que estuvo preparado, se hizo fuerte junto a otros sublevados y negros rebeldes; creó un sistema defensivo propio de un español: situó su cuartel en una zona de la sierra prácticamente inaccesible para los españoles y estableció un complejo sistema de información en torno a él.
Los años de resistencia culminaron en el contagio a otras regiones de la isla y a otros líderes.
Los oidores de la Audiencia de Santo Domingo, explicaban el conflicto de esta manera a Carlos V: “Es guerra con indios industriados y criados entre nosotros, y que saben nuestras fuerzas y costumbres, y usan de nuestras armas y están proveídos de espadas y lanzas, y puestos en una sierra que llaman Bahouruco, que tiene de largura más que toda el Andalucía, que es más áspera que las sierras de Granada”.
La guerra fue larga y muy costosa, al rebelde se le fueron sumando otros indios y negros descontentos como el llamado Ciguayo en varias estancias de la Vega y el Cibao quien acabaría muriendo a manos de sus captores en 1530; el cacique Tamayo, en las cercanías de Puerto Real, este, después de matar a algunos españoles, fue a refugiarse con Enriquillo en la sierra del Bahoruco; Hernandillo el Tuerto, en tierras del Bonao; Buenaventura y Cotuí o el cacique Murcia quien, después de veinticinco años en rebeldía, tuvo que llegar a un acuerdo con las autoridades para retirarse con sus indios a Puerto Plata.
La Corona decidió, si fuera necesario,
acabar con los insurrectos por las armas.
El 20 de febrero de 1533, Francisco de Barrionuevo llegaba a Santo Domingo al mando de unos doscientos soldados para combatir a Enriquillo, si antes no se firmaba un acuerdo de paz bajo ciertas condiciones.
Acompañado incluso por algunos familiares del cacique, Barrionuevo fue en busca del rebelde por tierras de Yáquimo. Tras más de dos meses de búsqueda, entre julio y agosto de 1533, consiguió reunirse con Enriquillo y con Tamayo en los alrededores del lago Comendador Aibaguanex, con el fin de concertar un tratado escrito que comprometiera directamente al rey Carlos I. El cacique del Bahoruco pronto comprendió la importancia del citado acuerdo, consintiendo por propia voluntad en concertar la paz.
Con la firma de ese tratado, a Enriquillo se le ofrecieron tierras: un asentamiento para él, su familia y sus seguidores; añadiéndole a su nombre el título de “don”, una distinción que entonces solo utilizaba la nobleza más distinguida. En contrapartida, se obligaba a entregar a todos los indios y negros cimarrones que hallase, comprometiéndose a ir contra indios alzados.
En 1534, Enriquillo se trasladó con toda su gente a las cercanías de la villa de Azua, fundando un pueblo conocido con el nombre de Boyá.
Poco tiempo después, Enriquillo moría de tuberculosis. Después de confesarse y redactar su testamento; fue enterrado, según su deseo, en la iglesia de Azua. El cacique dejó por herederos, al mando de su pueblo, a su mujer, Mencía, y a su primo Martín de Alfaro.
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