Juan Díaz de Solís y el Río que lo devoró
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Juan Díaz de Solís y el Río que lo devoró

Desde que Colón abrió al mundo el océano occidental, la raya de Tordesillas pasó a convertirse en una frontera viva. Sobre ella se medía el pulso entre Fernando el Católico y Manuel I el Afortunado, cada uno estirando el mundo hacia su lado, convencido de que el meridiano podía ser tan elástico como los mapas que lo representaban. La correcta localización de aquella raya —y de su correspondiente antimeridiano— era clave en la disputa por los derechos de navegación y conquista. Nada estaba aún fijado en piedra; el mundo seguía en negociación.


Planisferio de Cantino -1502-
Planisferio de Cantino -1502-

En esa pugna aparece la figura de Juan Díaz de Solís, cuya procedencia sigue envuelta en incertidumbre. Algunos lo sitúan en una familia asturiana asentada en Lebrija, otros lo reclaman como natural del Algarve portugués. Fuera cual fuese su cuna, lo cierto es que en 1508 ya se contaba con él entre los mejores pilotos al servicio de Castilla, dispuesto a emprender la búsqueda del ansiado paso hacia la especiería, empresa que la Corona nunca perdió de vista. Ese mismo año, y a petición del rey Fernando, partió junto a Vicente Yáñez Pinzón rumbo al golfo de México con el propósito de hallar el estrecho occidental. La expedición no logró su objetivo y, para colmo, ambos navegantes fueron procesados por presunto incumplimiento de las capitulaciones. Terminaron encarcelados, aunque finalmente absueltos y premiados por los resultados obtenidos.

A la muerte de Américo Vespucio, en febrero de 1512, Díaz de Solís le sucedió como piloto mayor de la Casa de la Contratación, convirtiéndose en el segundo hombre en ocupar tan notable cargo. Mientras tanto, Vasco Núñez de Balboa comunicaba en enero de 1513 el descubrimiento del Mar del Sur —el futuro océano Pacífico—. Se había conseguido mirar al otro lado del continente que había bloqueado el acceso de Colón a las tierras del Oriente. Solo faltaba encontrar el estrecho que uniera ambos mares.

Con esas intenciones, una nueva expedición encabezada por Díaz de Solís fue organizada en Sevilla bajo la supervisión de la Casa de la Contratación. Estaba compuesta por tres naves y unos sesenta hombres. Zarparon en octubre de 1515 desde Sanlúcar de Barrameda.

La derrota seguida quedó registrada por Fernández de Enciso en su Suma de Geographia, de donde procede la información:
*Costearon África hasta las islas Canarias, y desde El Hierro pusieron rumbo a América.
*Alcanzaron la costa de Brasil, probablemente a la altura del actual estado de Santa Catarina.
*Continuaron hacia el sur explorando bahías y estuarios.
*En febrero de 1516, se internaron en un estuario de tal magnitud que Solís creyó haber hallado el tan buscado paso interoceánico.
*Lo llamó Mar Dulce, por el sabor de sus aguas. Con el tiempo se conocería como Río de la Plata.

Juan Díaz de Solís y el Río que lo devoró

Efectivamente, a comienzos de febrero de 1516, la expedición observó cómo el Atlántico penetraba profundamente tierra adentro al oeste cuarta del sur, formando una vía de agua tan ancha que parecía prometer la comunicación con el Pacífico. Llevaban cuatro meses de navegación, y el hallazgo se vivió como la recompensa a tanta incertidumbre.

El capitán Juan Díaz de Solís, a bordo de una carabela latina, se adelantó para reconocer la entrada del supuesto estrecho. Desembarcaron y tomaron posesión de las tierras en nombre de Castilla, bautizando el lugar como Río de Solís.
Navegaron hasta una isla situada en los 34º y dos tercios de latitud sur, donde divisaron chozas y naturales que parecían recibirlos con ofrendas. Solís, confiado —quizá demasiado—, descendió con seis hombres para entablar contacto. Pero los indígenas en las tierras de los charrúas no conocían el idioma de los pactos ni el de los requerimientos. Surgieron entre los árboles como flechas vivas y, en un instante, todo se resolvió en un estallido de gritos, lanzas y después… solo hubo silencio.

Desde las naves, los tripulantes vieron cómo sus compañeros, con Díaz de Solís a la cabeza, desaparecían bajo una nube de proyectiles. Dispararon artillería, aunque sin posibilidad de socorrerlos. A la vista de todos, los indígenas tomaron los cuerpos y los arrastraron tierra adentro. Allí —relatan los cronistas— cortaron cabezas, manos y pies, asaron los cuerpos y los comieron. Algunos murieron en la emboscada. Otros, quizá, fueron devorados. Ningún testimonio coincide del todo. Solo quedó la certeza del río.

Juan Díaz de Solís y el Río que lo devoró -
Juan Díaz de Solís y el Río que lo devoró –

Las naves supervivientes descendieron el río y se detuvieron en unas islas que llamaron de los Lobos Marinos, donde cazaron ejemplares para carne y pieles. Retomaron rumbo al norte bordeando la costa brasileña. A la altura de los 27º sur, desembarcaron para cargar palo de brasil en abundancia. En la salida se perdió una de las naves, quedando siete hombres en tierra. Estos fueron recogidos más tarde por un barco portugués y llevados a Lisboa, donde se produjo un intercambio por prisioneros lusos apresados en el Caribe por los españoles.

Las dos carabelas restantes, cargadas de palo brasil, entraron en Sevilla el 4 de septiembre de 1516. Con ello quedó concluida la que había sido concebida como expedición al Maluco, empresa que debería esperar unos años a que Magallanes —quien también moriría en el intento— y Juan Sebastián Elcano culminasen el descubrimiento del paso, llegasen por fin al Maluco y diesen la primera vuelta al mundo.

El viaje, pese a su final trágico, abrió oficialmente el conocimiento del ahora conocido como Río de la Plata, lo que años después facilitaría la expedición de Sebastián Caboto en el año 1526 y la fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza en 1536. El río al que Solís creyó poder dominar acabó devorándolo. Pero en la lógica de aquellos tiempos, incluso la derrota podía ser puerta de conquista.

Fuentes: RAH: Juan Díaz de Solís


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