Bernardino de Talavera -Caribe y Ron-
Bernardino de Talavera bien pudo ser el primer pirata en aguas del Caribe. No se sabe a ciencia cierta si fue su auténtico nombre, pero tradicionalmente se hablaba del barco del pirata Talavera como del «Tremebundo».
Fue uno de los muchos viajeros que acompañaron a Colón en su segundo viaje, atraídos por la promesa de un Nuevo Mundo. Una vez allí, se sabe que, el 27 de marzo de 1495, participó en las guerras contra los indígenas rebeldes y que combatió en la batalla de la Vega Real bajo las órdenes de Alonso Ojeda y al lado de los nativos del cacicazgo de Guacanagarix en la isla de La Española.
Como consecuencia de su intervención en la batalla, debió de ser recompensado obteniendo una encomienda en pago por sus servicios. Durante un tiempo se dedicó al cultivo del azúcar sin mucho éxito, pues su afición al despilfarro y a disfrutar de los efectos de esa bebida caribeña destilada de la caña de azúcar, a la que llamaron «ron», fue lo que provocó su absoluta ruina.
Lleno de deudas y perseguido por sus acreedores, Bernardino de Talavera,
reclutó una marinería sin escrúpulos. Su tripulación estaba compuesta por esclavos
huidos de las plantaciones, colonos pobres o endeudados como él, que se apoderaron
de un barco y se dedicaron a asaltar pequeñas embarcaciones comerciales entre las islas o
a saquear poblados indios.
Pero se ha escrito muy poco sobre las correrías del pirata. Sí, que debido
al asalto de varias naves genovesas, que en aquella época eran aliados
de los españoles, se decretó su busca y captura.
En sus correrías por mar, los piratas llegaron a las tierras del Darién; allí encontraron al conquistador Alonso de Ojeda y sus hombres, parapetados en el fuerte de San Sebastián, en condiciones muy críticas por la fiereza de los indios que no cesaban en sus ataques. El propio Ojeda había sido herido por una flecha que él mismo cauterizó bajo el riesgo de que estuviese envenenada.
Al ver llegar la nave de Bernardino, los refugiados en el fuerte de San Sebastián creyeron que se trataba del socorro que enviaba Fernández de Enciso, quien había ido en busca de ayuda a La Española, y así les recibieron. Sin embargo, Bernardino, como buen pirata, cambió oro por alimentos y se ofreció a llevar a Alonso de Ojeda a Santo Domingo para que le curaran su pierna herida y se encargara de enviar refuerzos.
Sin muchas más alternativas, Alonso de Ojeda accedió.
Al mando del fuerte quedaba el valiente Francisco de Pizarro con la orden de que, si en 50 días no había regresado Ojeda, debían abandonar la posición.
En cuanto el barco de Bernardino estuvo en alta mar, apresaron a Ojeda llenándolo de grilletes y lo encerraron en la bodega del barco. Seguramente, los piratas soñaban con pedir un fabuloso rescate por tan importante rehén. Pero la suerte no estaba con ellos, se desencadenó una fuerte tormenta huracanada y para salvar la nave, tuvieron que pedir auxilio a Ojeda, quien, acostumbrado a enfrentarse al mar con los mejores navegantes de su tiempo, consiguió capear el temporal y llegar a las costas de Cuba sin que nadie muriera. Al llegar allí, definitivamente naufragaron.
Estaban en tierra, pero los peligros continuaban a manos de los caciques locales con quienes tuvieron que negociar o pelear. Cruzaron a pie la isla hasta llegar a la región de la península Zapata, donde las ciénagas y los caimanes acabaron con muchos de ellos –unos treinta hombres perecieron por culpa de las fiebres o de las fieras–, hasta que llegaron a la aldea de Cueybá, donde el cacique Cacicaná les recibió y les cuidó.
Desde allí, Ojeda pudo secretamente contactar con Juan Esquivel, gobernador de la vecina Jamaica, quien envió un lanchón para socorrer a los náufragos y trasladarlos a Santo Domingo. Tanto Ojeda como Bernardino de Talavera fueron juzgados, hallando inocente a Ojeda, por no poderse probar que hubiese realizado actos de piratería. A pesar de los intentos de Ojeda de defender a los piratas, fueron condenados por las autoridades de la isla de Jamaica.
Una vez juzgados en Jamaica, Bernardino de Talavera y sus hombres fueron conducidos
a la isla de La Española donde, en 1511, Diego Colón los mandó colgar públicamente,
por sus numerosos delitos cometidos en el mar.
Fuentes: Alonso de Ojeda y su esposa Isabel. Algunos datos biográficos -Fernando Campo Del Pozo (agustino)-
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