El virrey Cristobal Colón
Otrosí que Vuestras Altezas fazen al dicho don Christoval su Visorey e Governador General en todas las dichas tierras firmes e yslas que como dicho es el descubriere o ganare en las dichas mares, e que para el regimiento de cada huna e qualquiere dellas, faga el eleccion de tres personas para cada oficio, e que Vuestras Altezas tomen y scojan uno el que mas fuere su servicio, e assi seran mejor regidas las tierras que Nuestro Señor le dexara fallar e ganar a servicio de Vuestras Altezas.
Con la llegada a las tierras recientemente descubiertas, Cristobal Colón se había convertido en un hombre lleno de privilegios; con ello, una nueva andadura comenzaba para él: gobernar en nombre de los reyes de Castilla y Aragón.
Al llegar a La Española, en lo que fue el segundo viaje colombino, descubrieron que el fuerte Navidad, construido con los restos de la nave Santa María, encallada en la isla durante la primera travesía, había sido arrasado y los treinta y nueve hombres que quedaron habían muerto asesinados. Colón tuvo que aceptar las explicaciones del cacique Guacanagarix quien culpó del desastre a Caonabo y Marieni, caciques caníbales enemigos de las gentes de Guacanagarix con quienes, al parecer, los españoles se habían enfrentado.
Alejándose del lugar unos 100 kilómetros más al sur de la misma isla, los mil quinientos pobladores se dedicaron a fundar una ciudad a la que llamaron la Isabela, en la que Colón, siguiendo instrucciones reales, nombró un consejo de Gobierno para regirla, que fue presidido por su hermano menor, Diego Colón. Poco después el almirante emprende de nuevo su labor de descubrimiento y en abril de 1494, parte para la isla a la que habían denominado Juana, Cuba. Su sueño de estar en Asia continuaba.
Dice el historiador y americanista español Juan Pérez de Tudela y Bueso, que:
Desde estas primeras experiencias se pone de manifiesto la disparidad de criterios, de finalidad e instrumentación que contraponen a las colonias de signo mercantilista las de signo terrícola. De un lado está el provecho de un tráfico marítimo, que busca inexorablemente el monopolio estatal-colombino y que se basa en la posesión de un enclave de dominio militar-mercantil. Del otro, la instancia que lleva a los grupos a organizar su avance ocupando tierras y trasplantando a ellas cuanto les caracteriza como comunidad cultural y mediante la sujeción o expulsión de los naturales del territorio. Pues bien, Colón representaba el primer modelo, y los españoles —a la cabeza los Reyes— el segundo.
Parece que fue cierto que la situación en La Española enseguida se tornó muy grave; a los huracanes, el hambre y las enfermedades se sumarán inmediatamente las primeras deserciones. Además, a la vuelta de Colón de su periplo por las islas de Cuba y Jamaica, tuvo que hacer frente a un levantamiento indígena que sojuzgó violentamente, imponiendo a los vencidos la esclavitud y un tributo de oro en polvo y algodón. Ante tal situación, Colón mandó a la península a Antonio de Torres, contino real, que había viajado en ese segundo viaje. Llevaba con él peticiones de abastecimiento, algo de oro e indios para vender en el mercado de esclavos.
Poco tiempo después, desde Sevilla, salía una escuadra con provisiones para La Española, al mando de Bartolomé Colón, hermano de Cristobal. Antonio Torres mandó otra siguiente flotilla de abastecimiento, con cuatro carabelas llenas de alimentos y personal de refresco. Al llegar a la Isabela, ya se habían marchado quienes detentaban la autoridad militar y religiosa de la isla por mandato real: Pedro Magarit y el monje Bernardo de Boyl dispuestos a informar del mal gobierno que se estaba desarrollando en la isla.
Las condiciones de trabajo, llenas de dificultades y los deseos de regresar
de mucha gente, se plasmaron en un grito-juramento que
se generalizó en la isla:
“Así Dios me lleve a Castilla”.
Por todo ello, desde noviembre de 1494 habían ido llegado a la península las noticias del desgobierno de los Colón. Los reyes enviaron a Juan de Aguado, quien partió de Sevilla en agosto de 1495, con el encargo de informarse discretamente de la situación. Llevaba cuatro carabelas con abastecimientos e instrucciones muy precisas sobre cómo se tenía que desarrollar el poblamiento de las nuevas tierras.
Un año y medio después, el 10 de marzo de 1496, Juan de Aguado se embarcaba de regreso a Castilla. Lo acompañó en ese viaje Cristóbal Colón, con el fin de contrarrestar las voces de sus enemigos. Con ellos viajaban 220 repatriados que no querían saber nada más de las Indias. En tres años, los transcurridos de 1493 a 1496, las nuevas tierras habían pasado de ser paradisíacas a malditas.
Antes de partir para la península, Colón mandó construir seis fortalezas en diversas partes de la Isla, envió una expedición al sur en busca de oro, y recomendó a su hermano, Bartolomé, quien ocupó su lugar en el gobierno de la isla, la construcción de otra ciudad en el sur.
Los Reyes Católicos lo recibieron como si no hubiera pasado nada, le confirmaron sus privilegios y le sufragaron una tercera expedición, dando a entender que era una última oportunidad de relanzamiento por cuenta oficial de lo que debía alimentarse en adelante de sus propios beneficios.
A la llegada de Colón a La Española en lo que sería su Tercer Viaje, la isla se encontraba al mando de su hermano, Bartolomé Colón. La capital, para entonces, era Santo Domingo, ciudad que se había fundado en la costa sur de la isla. A la vuelta de su nuevo periplo descubridor, Cristobal Colón se encontró con la rebeldía de Francisco Roldán contra la autoridad del adelantado Bartolomé Colón, que amenazaba con convertirse en guerra civil.
En las exigencias de Roldán frente al adelantado se dieron la mano con los dos motivos mayores para acusar de inhumana y tiránica la construcción factorial de los Colón; es a saber, el requerimiento de que se les asignaran tierras en las que asentarse y mantenerse y el de poner fin a la guerra contra los indios.
Ante esta situación el almirante cometió grandes errores: describió a los Reyes la situación como un peligro para la soberanía, por lo que debía ser saneada a sangre y fuego.
Las dudas sobre las capacidades de Colón como gobernante empezaban a ser muy serias y la desconfianza hacia él iba en aumento. Ya desde 1499 fueron autorizándose otros viajes de descubrimiento sin tener en cuenta a Colón. Para los nuevos descubridores, entre ellos los de Alonso de Ojeda y Vicente Yáñez Pinzón, se crearon: la gobernación de Coquibacoa en la costa de Venezuela, excepto Paria descubierta por Colón fue para De Ojeda, y para Pinzón la gobernación de la costa del Brasil entre el río Amazonas y el cabo de Santa María de la Consolación. Estas gobernaciones quedaron exentas del Virreinato de las Indias.
En respuesta al conflicto entre los habitantes de La Española, en agosto de 1500 llegó Francisco de Bobadilla a Santo Domingo y un mes después, ante la resistencia de los hermanos Colón a aceptar su autoridad, tomó una drástica medida: aherrojar a los tres hermanos y mandarlos de vuelta a España.
A su llegada a la península, Colón se encontró con que la decisión de los Reyes Católicos fue tajante e inamovible, dando por prescritas las Capitulaciones de Santa Fe como compromiso intocable: su gobierno al frente del virreinato había concluido.
Desde entonces y hasta que Colón vuelva a hacerse a la mar en mayo de 1502, para emprender el Cuarto Viaje, permanecerá en España dedicado, probablemente, a escribir el Libro de las Profecías. En ese cuarto viaje, recorrió la costa centroamericana desde las islas de la Bahía hasta el golfo de Urabá. Permaneció en Jamaica hasta 1504 y luego retornó a España muriendo el 20 de mayo de 1506 en el Convento de San Francisco de Valladolid.
Afirma Consuelo Varela Bueno, «El gobierno de Colón se distinguió por una forma de tiranía» Dice la historiadora española que estudió y publicó documentos importantes sobre la vida de Colón que «La historiografía que se ha conservado es única y exclusivamente la que le favorecía» y concluye que «Colón, pese a su grandeza, no es un personaje simpático. Ahora lo es aún menos».
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