Fray Juan Pérez y Fray Antonio de Marchena: Dos Frailes Iluminados
Fray Juan Pérez y fray Antonio de Marchena fueron dos frailes fundamentales en la consecución del proyecto de Colón.
Durante siglos estuvieron confundidos como si de uno solo se tratara, hasta que, a principios del siglo XX, Ángel Ortega, también como ellos fraile del monasterio de la Rábida supo distinguir con claridad las dos personalidades.
Cuando Colón abandonó el reino de Portugal para encontrar la manera de realizar su proyecto de viaje hacia las indias cruzando el Atlántico, se dirigió al monasterio de la Rábida, en donde fue acogido por el prior: fray Juan Pérez. Este monje, de la orden de los franciscanos, seguramente segoviano de origen, fue en su día contador de la reina Isabel y, entre los años 1475 y 1478, su confesor.
Después del primer intento del genovés de convencer a los reyes españoles, Isabel y Fernando, de su proyecto, y ante su negativa, volvió al monasterio, en donde se le recibió nuevamente. Fue entonces cuando fray Juan Pérez quedó fascinado por el viaje que el marino tenía proyectado y escribió una carta personal a la reina para que lo escuchara.
La reina aceptó recibirle de nuevo e incluso envió dinero para que Colón pudiera vestirse convenientemente para la entrevista, así como para una mula que le sirviera de trasporte.
Más tarde, fray Juan Pérez tendría un papel importante en la redacción de las capitulaciones de Santa Fe, y pondría en contacto a Colón con la familia de los Pinzón, conocidos navegantes de Palos de la Frontera, con la idea de conseguir naves y hombres para el viaje.
La amistad y el contacto entre fray Juan y Colón pervivieron a lo largo de los siguientes años.
De Fray Antonio de Marchena se conocen muy pocos datos biográficos. Fue Ángel Ortega, a principios del siglo XX, autor de: La Rábida: Historia documental crítica, quien logró distinguir con toda claridad la identidad del monje y recomponer su trayectoria en los distintos puntos religiosos en los que estuvo destinado.
Se ignora si ya estaba en la Rábida a la llegada de Colón, pero allí debieron intercambiar impresiones y conocimientos; en carta de Colón a los reyes católicos, afirma que en los siete años que anduvo por allí, nadie le creyó a excepción de fray Antonio de Marchena, quien tenía notables conocimientos sobre astrología.
Así recordaba Colón a su amigo en una carta a los Reyes escrita en la isla de La Española en 1500:
“Ya saben Vuestras Altezas que anduve siete años en su Corte importunándoles por esto. Nunca en todo este tiempo se halló piloto ni marinero ni philósopho ni de otra sçiençia que todos no dixessen que mi empresa era falsa; que nunca yo hallé ayuda de nadie, salvo de fray Antoño de Marchena, después de aquella de Dios eterno”
Años más tarde, dos testigos de los Pleitos Colombinos evocaron a fray Antonio. Andrés del Corral testificó que fue un franciscano, cuyo nombre no recordaba, quien aseguró a los Reyes “que era verdad lo que el almirante decía” y que gracias a su tan oportuna intervención pudo Colón emprender el viaje de Descubrimiento; sin duda, como se ha señalado, en clara referencia a Marchena, un fraile astrólogo bien conocido en la Corte. Y asimismo Alonso Vélez recordaba que el almirante “posó en el monasterio de la Rábida, e comunicaba la negociación de descubrir con un fraile estrólogo, que ende estaba por guardián, y ansímismo con un fraile Juan”.
Existen documentos en los que los Reyes Católicos expresan su deseo de que Fran Antonio viajara con Colón a las nuevas tierras, pero se ignora si llegó a embarcarse.
Es probable que las relaciones entre Colón y fray Antonio se enfriaran a partir de 1500, fecha de las cartas que escribieron los franciscanos residentes en La Española a Cisneros, lanzando graves acusaciones contra el almirante y sus hermanos; de haber intervenido entonces Marchena a su favor, Cristóbal no hubiera dejado de señalarlo en alguna de sus cartas.
Lo que es evidente es que a partir de 1498 el genovés ya se había acercado a la Orden Cartuja y había entregado toda su confianza a fray Gaspar Gorricio. Colón ya no necesitaba los servicios de un fraile astrólogo y sí los de un erudito que pudiera ayudarle en confeccionar el Libro de las Profecías; además, en la cartuja de las Cuevas podía depositar a buen recaudo sus documentos más preciados.