Diego de Landa -El fraile que destruyó y salvó la memoria maya-
Muy pronto destacó Diego de Landa por su facilidad para aprender la lengua maya. El cronista López de Cogolludo señala que fue quien con mayor rapidez y perfección la dominó. En esta tarea lo asistió fray Luis de Villalpando, considerado el proto-lingüista maya, pues fue el primero en estudiar el idioma yucateco y en reducirlo a reglas gramaticales para facilitar su enseñanza. Sin embargo, De Landa perfeccionó la obra de Villalpando, revisando y ampliando aquellas normas hasta componer un sistema tan eficaz que, según el cronista Lizana, resultaba “cosa misteriosa” ver a los religiosos recién llegados de España predicar en maya en apenas dos meses.

Diego de Landa nació en la provincia de Guadalajara, España, en 1524. De joven ingresó en la orden franciscana en el convento de San Juan de los Reyes de Toledo. Ya ordenado sacerdote, se unió al grupo de misioneros que fray Nicolás de Albalate reclutó para evangelizar y proteger a los pueblos de la península de Yucatán.
Llegó a tierras mayas en agosto de 1549. Fue asignado al convento de Izamal junto a fray Lorenzo de Bienvenida, quien se convirtió en su primer guardián. Desde entonces, De Landa se entregó por completo a la evangelización de los mayas. Su objetivo era claro: convertir a los indígenas al cristianismo y erradicar sus prácticas religiosas ancestrales. Para ello, construyó iglesias, enseñó la doctrina cristiana y promovió la destrucción de ídolos y símbolos de la religión maya.
Convertido en un verdadero maestro de la lengua, recorrió incansable las provincias mayas, desde el oriente de Valladolid hasta las orillas del mar, y por el sur superó serranías y bosques para llevar el catolicismo hasta los rincones más apartados. Los frutos de su labor se vieron tanto en la multitud de indígenas bautizados como en la fundación de nuevos pueblos, donde congregaba a los mayas, dispersos hasta entonces en rancherías, para facilitar su adoctrinamiento y formar “repúblicas” semejantes a las villas españolas.
Con estas congregaciones, los misioneros buscaban debilitar la influencia de la clase sacerdotal nativa y romper la fidelidad de los indígenas a sus dioses, pues temían que la idolatría resurgiera como amenaza constante de apostasía. Esta inquietud explica, en parte, la reacción de Landa ante el hallazgo de cultos secretos en la ciudad de Maní.
Fue en la ciudad de Mani, ante la evidencia de la secreta práctica de ritos primitivos y sacrificios de animales, de humanos, incluso niños, en 1562, Diego de Landa llevó a cabo el conocido como «Auto de Fe de Maní». Fue un intento de extirpar la religión maya durante el cual se incineraron numerosos códices y objetos sagrados. Además de la quema de códices, De Landa ordenó castigos para los que persistían en sus prácticas religiosas tradicionales.

La represión se extendió a otros cacicazgos como Hocaba-Homun y Sotuta, siguiendo el mismo método. Sin embargo, antes de concluir la investigación, llegó a Campeche el nuevo obispo de Yucatán, fray Francisco de Toral. Conmovido por la dureza de los castigos, consideró que los indígenas eran demasiado neófitos para tales tormentos. Llevó sus quejas al rey y Diego de Landa decidió regresar a España para enfrentar un juicio por sus métodos.
Mientras esperaba sentencia ante el Consejo de Indias, De Landa escribió su obra más célebre: Relación de las cosas de Yucatán (1566), una detallada crónica de la cultura, costumbres y lengua de los mayas, además de sus propias experiencias en la región. Las opiniones favorables de los canonistas y un informe del padre Guzmán llevaron a su absolución en 1569. Se dictaminó que no se había excedido en sus atribuciones como juez eclesiástico ni en los castigos aplicados a los indios idólatras.

Paradójicamente, la obra de Landa, autor de la destrucción de tantos códices, se convirtió en una fuente insustituible para conocer la civilización maya. Contiene uno de los primeros intentos de transcribir y descifrar su escritura jeroglífica y aporta una visión profunda de su vida cotidiana, creencias, monumentos, calendario y lengua. Su manuscrito permaneció oculto hasta que el abate Brasseur de Bourbourg lo halló y publicó en París en 1864. Desde entonces, se considera la fuente más antigua y completa para el estudio de la cultura maya, una auténtica piedra de Rosetta de esta civilización perdida.
Tras la muerte de fray Francisco de Toral en 1571, Felipe II expidió la Real Cédula que lo propuso para ocupar el obispado de Yucatán. Diego de Landa zarpó rumbo a Nueva España en junio de 1573, acompañado de treinta franciscanos que había solicitado para atender su diócesis. Siguió actuando con firmeza ante los abusos contra los indígenas y ante toda práctica que consideraba supersticiosa, lo que le granjeó nuevas tensiones con las autoridades coloniales y con los propios indios. El gobernador llegó a solicitar la mediación del Rey, quien, mediante Real Cédula de 1578, instó a mantener la paz y la cooperación entre ambos.
A comienzos de 1579, consumido por el asma y su vida de mortificación, Diego de Landa murió en Mérida. Fue enterrado primero en la iglesia del convento de San Francisco y, posteriormente, sus restos fueron trasladados a la villa de Cifuentes, donde descansan en el panteón familiar. Su legado, tan polémico como indispensable, sigue siendo objeto de estudio y debate hasta nuestros días.
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