El Buenos Aires de Pedro de Mendoza
En el Nuevo Mundo eran tiempos de disputas por los límites en el territorio del Brasil que iba extendiéndose hacia el sur, donde los portugueses ambicionaban la región de Río de la Plata. Para contenerlo, la Corona española preparó en secreto una expedición hacia aquellos territorios envueltos en la fascinación de la mítica leyenda del Rey Blanco que finalmente el rey Carlos otorgó a Pedro de Mendoza
De noble cuna, Pedro de Mendoza pertenecía a una distinguida familia. Era bisnieto de Diego Hurtado de Mendoza y pariente de Antonio de Mendoza, el primer virrey de la Nueva España. Nació en Guadix en 1499. Desde joven estuvo cerca de la Corte y del rey Carlos I. Junto a sus tropas, participó en la guerra contra Clemente VII, y acompañó al rey, ya emperador, en distintos viajes por Italia, Alemania y Austria.
Pero el Nuevo Mundo requería atención y Pedro de Mendoza firmó las Capitulaciones para la expedición pobladora del Río de la Plata, en Toledo el 21 de mayo de 1534. En ellas era nombrado primer adelantado, gobernador y capitán general del Río de la Plata, asumiendo todos los gastos del viaje. Había que llegar a las tierras del “Rey Blanco” y navegar hasta el Mar del Sur, —por entonces se ignoraba que tal posibilidad no existía—. Al tratarse de una expedición exploradora, conquistadora y colonizadora, debían fundarse tres ciudades, con sus correspondientes regidores; los naturales debían ser considerados iguales a los españoles, como vasallos de la Corona, quienes serían evangelizados por franciscanos.
A la expedición, que partió de Sanlúcar de Barrameda en agosto de 1535, compuesta por trece navíos, se le añadieron otros tres en Canarias con una cifra de expedicionarios entre los 1500 y los 2000. Pedro de Mendoza llevaba junto a él a su hermano Diego y dos de sus sobrinos, Pedro y Luis de Benavides. Llevó también a su fiel administrador Pedro Ruiz Galán y a gente de rango. Junto a él viajaba también Rodrigo de Cepeda (hermano de Teresa de Jesús) y el soldado y cronista alemán Ulrich Schmidl, quien aportó numerosos datos útiles sobre los hechos ocurridos.
Llegados a Río de Janeiro, la enfermedad de “mal gálico” (sífilis) que padecía Mendoza se había agravado notablemente durante la navegación, lo que le hizo enviar en avanzada hasta el Río de la Plata a su hermano, el almirante Diego. El grueso de la expedición se vería reunida más tarde en la pequeña isla de San Gabriel, en el estuario del Plata.
A pesar de su magnitud y belleza, aquel río inmenso era engañoso: los bancos de arena, los vientos cambiantes y la ausencia de puertos naturales complicaban cualquier intento de asentamiento. Sin embargo, el día 3 de febrero de 1536 se realizó el acto formal de fundación en la orilla sur del estuario, en un paraje entonces árido, barrancoso y rodeado de pajonales.
La llamaron, la ciudad de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire, por la devoción marinera a la Virgen María de los Buenos Vientos, cuya pintura se exhibía en la Casa de Contratación de Sevilla.
El asentamiento se compuso al principio de un pequeño fuerte de madera, un foso protector, algunas chozas de barro y cuero y la artillería que custodiaba la empalizada.
Las tribus de la zona, los querandíes, que en principio colaboraron, pronto se mostraron hostiles provocando escasez de alimentos hasta el punto de hacer imposible la subsistencia. Mendoza, tratando de encontrar salida a la precaria situación, mandó a dos de sus hombres: Gonzalo de Acosta al litoral brasileño y a Juan de Ayolas para que ascendiera río arriba del Paraná con el mismo cometido. Poco tiempo después, el 15 de junio de 1536 enviaba a su hermano Diego, al frente de unos trescientos hombres, que hiciera una salida en busca de alimentos. Pero los expedicionarios fueron atacados ferozmente y, aunque vencieron, a orillas del río Luján, murieron, Diego, el hermano mayor de Mendoza, y su sobrino Pedro de Benavides, con algunos otros nobles caballeros. Aún más, los indios insistieron en sus acometidas y el 24 de junio pusieron cerco a Buenos Aires, donde se cuenta que el hambre llegó a provocar casos de antropofagia.
Mendoza, abatido por su enfermedad y por tanto contratiempo, pensó en volver a la península, momento en que regresó Juan de Ayolas a Buenos Aires con la noticia de haber fundado un pequeño fuerte de nombre Corpus Christi, encontrado alimento y confraternizado con los nativos timbúes y carcaraes. Dejó Mendoza en su puesto a Francisco Ruiz Galán y remontó el Paraná junto a Ayolas. En el trayecto, la mitad los hombres que había llevado con él perdieron la vida de hambre o de enfermedades provocadas por la extenuación. Antes de regresar a Buenos Aires, Mendoza fundó el fuerte que llamó de Buena Esperanza, en la segunda quincena de septiembre de 1536, y desde allí despachó a Juan de Ayolas con unos 160 hombres, en dirección norte, a la búsqueda del imperio del Rey Blanco, fijado entre los objetivos de su empresa. El primero de noviembre Mendoza llegaba de vuelta a Buenos Aires, donde esperaba Gonzalo de Acosta, que regresaba del Brasil con mantenimientos y con antiguos supervivientes de la expedición de Sebastián Caboto, que fue recogiendo en las costas. Uno de ellos, enterado de la expedición de Ayolas, avisó de que correría grave peligro, por lo que Mendoza decidió que partiera en su ayuda Juan de Salazar, con tres bergantines y unos sesenta hombres.
Una vez que se fue Salazar, Pedro de Mendoza, a quien se le había agravado su enfermedad, tras hacer testamento, el 22 de abril de 1537 partía de vuelta a España, dejando a Juan de Ayolas como capitán general y a Francisco Ruiz Galán como teniente de gobernador, no solo de Buenos Aires, sino también de Corpus Christi y de Buena Esperanza. Al iniciar su último viaje lo despidieron no más de un centenar de habitantes que aún permanecía en el puerto de Buenos Aires. La durísima navegación hizo que se agravara la enfermedad de Mendoza que moría el 23 de junio de 1537.
Salazar, por su parte, en su viaje encontró buena acogida por los naturales y unido a la abundancia de cultivos fundó la ciudad de Asunción en agosto de 1537. Los fundadores de Buenos Aires empezaron a emigrar Paraná arriba, donde la vida era más fácil y estaba más cerca del buscado país de la plata. El jefe natural, Juan de Ayolas, había muerto y los títulos provisorios de Ruiz Galán pronto fueron desbordados.

Los que quedaron en Buenos Aires, cada vez menos, superado el hambre y obtenido el “armisticio” con los nativos, lograron afirmar una población estable. Se construyeron las viviendas, cultivaron la tierra, hallaron buena pesca en el Mar Dulce. La pequeña ciudad sobrevivía, a pesar de las vicisitudes padecidas. Fueron los verdaderos fundadores que no pasaban del medio centenar. El puerto tenía su médico, el genovés Blas de Terranova, también su capilla, construida por Ruiz Galán con tablas de la nave “Santa Catalina” ya inservible para navegar. En ella oficiaba el cura Julio Carrasco. Ruiz Galán gobernaba “con toda paz y concordia, e la gente muy sosegada y pacífica”. Con sus propias manos hizo la primera siembra de maíz.
A finales de 1538 llegó a la zona del Río de la Plata el veedor real Alonso de Cabrera, portando la Real Cédula con la designación de Juan de Ayolas como sucesor de Pedro de Mendoza. Muerto también Ayolas, Alonso de Cabrera se dirigió a Asunción donde, a petición de los habitantes, nombró a Domingo Martínez de Irala, quien ordenó el abandono y destrucción del fuerte de Buenos Aires.
La orden fue cumplida, a pesar de que los habitantes no lo deseaban, a fines de junio de 1541. “Para ello se quemaron la nave que estaba en tierra por fortaleza y la iglesia y casas de madera, sin embargo, del clamor de las querellas de los pobladores”, según relató Pedro Hernández, testigo de la destrucción. Años más tarde, Juan de Garay refundaría la ciudad convirtiéndola en una enorme urbe hispanoamericana. Pero entretanto:
El puerto de Nuestra Señora de Buenos Aires volvió a fundirse con la inmensa llanura desierta, donde fuera plantado por Mendoza cinco años atrás. Solo quedaban, dispersos, caballos y yeguas, que se multiplicarían hasta inundar las pampas. Los indígenas aprenderían a cabalgarlos y también a alimentarse con su carne y protegerse con sus cueros.
Para saber más:
RAH: Pedro de Mendoza
Crónica de ola fundacion de Buenos Aires -1536-1580
