Tepeaca -Villa Segura de la Frontera-
Hernán Cortés, comprendiendo la ubicación estratégica de una villa situada en el principal camino de tierra adentro, entre Veracruz y Tenochtitlan, decidió sojuzgar por medio de la violencia militar a sus pobladores en una de las llamadas «entradas» de castigo y fundar, el 4 de septiembre de 1520, sobre el mismo lugar la «Villa Segura de la Frontera».
El señorío de Tepeyacac tenía su origen en las migraciones tolteca-Chichimecas del siglo XII. Entre los años 1438 y 1446 la región se había convertido en tributaria de los imperios en torno al lago de Texcoco y fueron de gran importancia en las relaciones entre el valle central y las tierras del Golfo. Fue definitivamente conquistada por los mexicas en 1466.
Hernán Cortés, después de su derrota en Tenochtitlan y, tras la Noche Triste, su huida a Tlaxcala, supo que varios españoles habían sido asesinados en la ciudad de Tepeyacac cuando iban de Veracruz a Tenochtitlan e intentó demostrar que no estaba vencido, convenciendo a sus compañeros expedicionarios de iniciar una nueva ofensiva contra los mexicas, para demostrarse a ellos mismos, y a los demás pueblos mesoamericanos que seguían siendo una amenaza para el poderío de esa ciudad de Tenochtitlan.
Los gobernantes de Tlaxcala debieron sugerir a Hernán Cortés atacar Tepeaca, pues era la principal guarnición mexica cerca de Tlaxcala y un punto clave en las redes comerciales y militares del imperio. Todos ellos debían estar de acuerdo en continuar la guerra contra el imperio de México-Tenochtitlan impidiendo que sus enemigos tradicionales recuperaran fuerzas tras la victoria que acababan de acometer.
La ofensiva se llevó a cabo pese a que muchos españoles estaban heridos, casi no tenían caballos y habían perdido la mayor parte de sus armas de fuego.
Hernán Cortés, una vez vencidos los habitantes de Tepeaca, decidió fundar sobre los restos que habían quedado después del ataque una nueva ciudad a la que llamaron Villa Segura de la Frontera.
Poco tiempo después, alrededor del año 1543, la Orden Franciscana se llevó la ciudad a los pies de un cerro cercano en donde se había construido un convento franciscano, parte de los esfuerzos para facilitar la evangelización de los indios de la región.
La construcción se caracterizó por su solidez y simplicidad, con muros gruesos, arcos de medio punto y techos abovedados; todo bajo un estilo propio de los inicios de la época virreinal en donde se destacan las influencias góticas, renacentistas y mudéjares. El convento con el correr de los años se iría enriqueciendo con frescos y esculturas que reflejan tanto la influencia española como la integración de elementos indígenas en su configuración.